Jaume Florit (Sóller, 1965) sólo se ha enamorado de dos fincas en su vida: es Rafal de Planícia (Banyalbufar) y Galatzó, el predio más extenso del municipio de Calvià. En ellas disfrutó aprendiendo a trabajar el campo en su visión más amplia: cultivar el huerto, ordeñar a las cabras o producir carbón para su venta. Allí saboreó las mieles del que convierte en oficio su pasión. Ahora, se resigna: «Somos los últimos jóvenes que han vivido de la montaña». «Hoy en día pocas fincas son rentables», explica este payés más calvianer que solleric.
Jaume no duda en culpar a la Administración de los obstáculos a los que se enfrenta el campo mallorquín: «Con la política agraria actual, a la Serra de Tramuntana le quedan cinco o diez años de vida». Y añade: «No dejan quemar ni arreglar un camino, no dejan hacer nada. Todo son trabas». Es por ello que ve complicado el futuro de la payesía «si los políticos no escuchan a quien sabe». De «práctica», dice, «no tienen ni idea».
La rentabilidad es la clave de bóveda de la supervivencia del sector. Garantizarla pasa también por aumentar las subvenciones a los productores y por encaminar la gestión de las fincas hacia lo tradicional.
En ese marco, Florit defiende que «la caza se tiene que proteger, tanto la tradicional como la de trofeos. Es positivo que alguien pague por cazar un boc balear adulto, que ya ha hecho todo lo que tenía que hacer, y el amo de la finca pueda reinvertir el dinero en su mantenimiento; así se benefician otros animales. Todo es una cadena», añade.
Jaume ‘Solleric' forma parte de la Associació de Caçadors de Cabrits amb Cans i Llaç y lo pone en práctica en la finca de Galatzó a raíz de un convenio firmado con el Ajuntament de Calvià. «Hemos conseguido reducir el problema de las cabras: había razas mezcladas y los animales destrozaban los cultivos», explica el cazador. Su objetivo es proteger a la cabra pura mallorquina. Acorralar a las cabras gracias a los perros y cazarlas con un lazo atado a una caña permite seleccionar a los ejemplares. «Sólo nos llevamos a los cabritos machos de menos de un año», dice Jaume.
Pese a no poder bajar la guardia, el control de la población caprina en Galatzó ha permitido potenciar la producción del predio. Florit también agradece la iniciativa municipal de restaurar el patrimonio histórico y dinamizarlo con el futuro refugio: «Se me caían las lágrimas de ver cómo se caía todo». El payés sólo echa a faltar en Galatzó la figura del garriguer, una especie de policía de la finca que vele por que todo esté en orden. Como lo están en es Capdellà la suya propia, donde produce para el autoconsumo, y la ecológica de Son Sampola, donde trabaja para otros. «No me haría falta trabajar. Voy cada mañana porque paso gusto. Lo haría incluso sin cobrar», afirma. Oficio y pasión.
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