Biel Payeras acude regularmente al mercado de los jueves en Inca, donde ofrece los productos de sus fincas. | Curro Viera

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El campo le viene a Biel Payeras (Sa Pobla, 1984) de familia. «Cuando era pequeño, en lugar de ir a la guardería, mi padre me llevaba a la finca», afirma. Ya desde generaciones atrás la suya ha sido una larga tradición como payeses. Ahora lleva de lleno en esta actividad 4 años, suficientes para haber consolidado su experiencia y su visión del mundo de la agricultura.

Su familia ya acudía a vender al Dijous de Inca hace cerca de 70 años: «Comenzó a vender mi bisabuelo paterno. Antiguamente se venía a Inca solo en ciertos periodos del año, cuando había mercancía que ofrecer. No existía por aquel entonces, como ahora, la obligatoriedad de asistir regularmente», aclara. Él lleva ahora cuatro años acudiendo a este mercado, los mismos que lleva metido de lleno en la actividad agrícola después de un periodo en la industria hotelera.

Desde las dos fincas familiares, una en Sa Pobla, Son Cladera, y otra en Maria de la Salut, Son Rebassa, sus cultivos son básicamente de temporada, en equilibrio con los ciclos naturales. «Mi padre comenzó con patata, cebolla y sandía, que eran los productos que más se vendían». Por la parte materna se integró el cultivo del tomate y el pimiento, y después él ha ido añadiendo otras verduras y hortalizas, pero siempre respetando las estaciones.

Su visión del mercado de Inca no es muy optimista y sostiene rotundo que «va a menos». «Los horarios influyen, la gente trabaja y apenas pueden venir por las mañanas. Los más fieles hacen la compra a una hora muy temprana y luego se van a su puesto de trabajo, pero cada vez puede más la comodidad de los supermercados», afirma.

Respecto a la apreciación del producto local y de calidad, los consumidores no son unánimes: «Los hay que lo valoran y los hay que no, que les da igual. Nuestros clientes aprecian esa calidad superior, pero muchos otros consumidores solo van a lo barato, sin pararse a considerar si es bueno».

Un problema añadido a las dificultades del sector ha sido la climatología extrema que se ha vivido este verano: «Los cultivos rastreros han sido los más afectados. La tomàtiga de ramellet, el melón, los pimientos, los regadíos en general, todos se han visto muy afectados. La producción ha disminuido mucho y ha obligado a subir los precios más de lo que hubiéramos deseado», se lamenta. A esto se ha unido «el coste de los abonos, que vienen de fuera de la Isla, o el aumento del precio de los combustibles».

Payeras no es optimista con respecto al futuro de su oficio: «Las muchas dificultades, los sobrecostes de producción, la competencia de las grandes superficies o la ausencia cada vez más de pequeñas tiendas donde poder vender hacen que dude de cuanto podré seguir. No sé si tendré que volver dentro de unos años al hotel». Pero hasta entonces seguirá disfrutando de lo que, a pesar de todo, es su pasión.