Paquita Rosselló trabaja la miel y los productos apícolas como una filosofía de vida y no como un negocio al uso. | Jaime Mora

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La hermana de Paquita Rosselló falleció víctima de un cáncer hace apenas cinco años. Cuando la enfermedad la consumía, en una de esas conversaciones que quedan grabadas para siempre, Marilén animó a su hermana a que diera el paso que, en realidad, llevaba años planteándose. Funcionaria en el Ajuntament de Capdepera, Paquita estaba cansada de su rutinario trabajo como auxiliar administrativa, y soñaba con salir de esas cuatro paredes para aplicar todo cuanto le había enseñado su suegro, fallecido también años atrás.

Aquella charla supuso el impulso definitivo para un cambio que ha convertido a Paquita en apicultora. Pero no una cualquiera. Paquita Rosselló se plantea su relación con las abejas como toda una filosofía de vida. De ellas extrae la miel, la cera, los jabones y los bálsamos que vende cada semana en los mercados de Capdepera y Cala Rajada. Pero lo hace con una condición autoimpuesta: la prioridad, por encima de sus ventas o de la demanda creciente está en el bienestar de los insectos. «No quiero estresarlos», repite ella, creadora de una marca –@beeloversanctuary– que ha conquistado el corazón de residentes y turistas precisamente por su compromiso con el entorno.

En los últimos tiempos, su finca ha recibido la visita de colegios e institutos, que se acercan así a las ovejas, los asnos, las cabras, las gallinas o el huerto en el que trabaja Paquita de lunes a domingo. Aunque las grandes estrellas son, cómo no, las abejas, que ocupan actualmente una treintena de cajas, pero para las que Paquita lleva ya tiempo preparando un nuevo lugar más ajustado a sus necesidades: colmenas hechas de barro, en las que estos animales se sienten «mucho más cómodos».

Feliz y orgullosa del interés que ha despertado el trabajo que realiza con las abejas, Paquita tiene claro, en todo caso, que la prioridad la tienen los animales. «Mallorca ya es en sí misma un gran parque temático y no quisiera que ocurriera lo mismo con mi propia finca», afirma ella, tratando de encontrar el equilibrio idóneo entre abrir las puertas de su casa y mantener ese santuario alejado de las miradas curiosas y del ruido.

Con una producción tremendamente variable y un precio al alcance de no todos los bolsillos –su miel puede llegar a costar 30 euros el kilo frente a otras que apenas alcanzan los 4 euros–, Paquita Rosselló no ceja en su empeño de educar a la gente –especialmente a los jóvenes– en el respeto al ciclo de la vida. «Si no tengo en una época romaní, pues habrá camomila», dice, insistiendo así en el mensaje de que cada producto de la tierra tiene su momento en el calendario. «Y los humanos –advierte– no somos nadie para forzar algo diferente». De su primer lustro como autónoma, lo que peor sabor de boca ha dejado a esta apicultora tan auténtica ha sido su relación –mala– con la burocracia: «no está hecha para los pequeños», concluye.