Antoni Carbonell con su hijo mostrando algunos frutos y productos elaborados con género de sus fincas. | Pep Córcoles

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Antoni Carbonell, de cas Pastoret, es un vecino de Inca que en la madurez escuchó la llamada del campo. Tenía ya 55 años, había trabajado inicialmente en la construcción y desde los 40 a los 55 años como agente de seguros, cuando se despertó su vocación agraria y se hizo payés. «No me arrepiento en absoluto. Ser campesino es algo que se lleva en la sangre y si sientes esa inquietud tienes que hacerlo», explica.

Llama mucho la atención que en estos tiempos, en que el campo sufre la falta de relevo generacional, haya gente que quiera ser payés, y más aún cuando ya tiene labrado un futuro profesional estable en el sector de servicios. «Quizá yo solo no lo hubiera hecho, pero que mi hijo menor me dijera hace 15 años que él quería ser payés me decidió. Tenía la oportunidad de ayudarle a empezar y a la vez terminar yo mi etapa profesional con lo que siempre me gustó. Pero no acabó ahí la cosa ya que mi esposa, Maria Figuerola (de can Blai), que también era agente de seguros, decidió dejarlos y unirse a la empresa», cuenta Antoni.

La ascendencia de Maria era payesa por lo que había heredado varias fincas. Antoni, sin embargo es hijo de un director de hotel. «Mi madre si era hija de payeses, pero mi padre no tenía ni idea de como se hacía una sobrassada, por decir algo», explica. «Yo heredé también algunas fincas de mi madre pero nunca me dediqué a ello, más allá de pasar el rato los fines de semana», agrega.

Cuando su hijo les comunicó la intención de dedicarse profesionalmente al cultivo de las fincas fue cuando Antoni y Maria decidieron hacer lo mismo. «Sin embargo, yo había visto que la forma tradicional de cultivar y vivir del campo no era factible actualmente. -Dice-. Yo ya veía que la forma de trabajar del padre de Maria o de mis abuelos maternos no era rentable. Decidí que no iba a cultivar para cosechar y vender sino que me lo plantee como una industria de transformación».

Maria Figuerola.

La propuesta de Antoni, hace 15 años, fue la de llevar a cabo una explotación que generara materia prima, pero que se vendiera transformada «dándole un valor añadido que la hiciera más rentable».

El agricultor explica que por ejemplo, «en invierno cultivamos cereal o legumbre, alternándolos, pues eso hace que sea sostenible sin desgastar demasiado la tierra. Pero tanto si lo segamos en verde como espigado, en lugar de venderlo como pasto o grano lo usamos para alimentar una piara de cerdos». Carbonell dedica a esta actividad unas 15 ‘quarterades’.

«La cría de cerdos para trasformar luego en sobrassada y otros embutidos es uno de los pilares de nuestra empresa agraria», explica a la vez que añade que «sembramos para alimentar ganado que sacrificamos y transformamos en embutido. Y después, encima, hacemos la venta directa, bien a tiendas, bien a particulares».

Los árboles frutales son otro de los pilares sobre los que sustenta su proyecto. «Tengo unos 200 albaricoqueros, unas 450 higueras, y unos 100 ciruelos, además de otros frutales en menor número», explica. Con la fruta que obtiene en primavera y verano elabora mermeladas y otros productos similares, y también efectúa venta directa en fresco que publicita en internet.

Además de todo ello, este último año ha comenzado un nuevo proyecto: «Con nuestros productos de huerta, frutas, carnes y embutidos, nutrimos una servicio de catering con el que damos una vuelta más a la transformación y ya, no sólo vendemos el producto elaborado desde cero, sino que además lo servimos cocinado a la mesa», comenta.

Antoni asegura que «si tuviera que volver a los seguros o a la construcción tendría que ser por necesidad porque, con todo lo duro y trabajoso que es, yo lo que quiero es ser payés; con un proyecto estudiado, moderno, rentable y viable como creo que es el que estoy desarrollando, con mi familia, y que continuará mi hijo, si Dios quiere».