En términos científicos, hacer una correcta digestión consiste en deglutir los alimentos y absorber sus nutrientes. Para realizar este proceso, el organismo necesita mucho oxígeno, por lo que de manera automática aumenta el flujo sanguíneo alrededor del estómago. Sin embargo, lo que apuntan los expertos que es alarmante es el cambio brusco de temperatura. La reacción instintiva del cuerpo es repartir la sangre rápidamente para contrarrestar la pérdida del calor corporal. Esto es lo que provoca mareos y nauseas. Por lo tanto, podríamos decir que no existe el corte de digestión tal y como se cuenta popularmente.
Lo que experimentamos frecuentemente es el síndrome de hidrocución, este puede producirse en cualquier circunstancia en la que se sufre un shock por la diferencia repentina de la temperatura. En verano, sucede cuando entra en contacto la piel con el agua fría. Pese a que sus causas no están directamente relacionadas con el proceso digestivo, se conocen algunos factores de riesgo como las comidas copiosas, ejercicio de alta intensidad que provoque sudoración, exposiciones largas bajo el sol o la temperatura del agua por debajo de los 18 grados.
Con el fin de evitar un ahogamiento, hay que advertir los síntomas previos que se manifiestan en el organismo y salir inmediatamente del agua. En la mayoría de ocasiones estas 'señales de alarma' se presentan en forma de fatiga, dolor de cabeza, visión borrosa, sensación de vértigo, pitidos en los oídos, sensación de calor en el abdomen, calambres musculares o estado de somnolencia. Si estos son leves desaparecen tras el reposo a la sombra, en caso de persistencia, es conveniente acudir al servicio de vigilancia o emergencia más cercano.
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