La hidratación y las rutinas diarias tienen mucho que ver. | Freepik

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El verano, con sus días largos y temperaturas elevadas, puede ser una época del año en la que la pereza y la falta de energía se sienten con más intensidad. Este fenómeno, común en muchas personas, tiene sus raíces en una combinación de factores fisiológicos y ambientales que afectan tanto el cuerpo como la mente.

El calor es uno de los principales culpables. Las altas temperaturas obligan al cuerpo a trabajar más para mantener una temperatura interna adecuada, lo que puede resultar en un aumento del cansancio y una menor disposición para realizar actividades físicas. Además, el calor puede interrumpir el sueño, afectando la calidad del descanso nocturno, lo que se traduce en una mayor somnolencia y fatiga durante el día.

Otro factor importante es el cambio en las rutinas diarias. Durante el verano, es común que las personas alteren sus horarios habituales, ya sea por vacaciones, jornadas laborales reducidas o simplemente por la tentación de disfrutar más tiempo al aire libre. Estas alteraciones pueden desajustar el reloj biológico, provocando una sensación de desorientación y una disminución en los niveles de energía.

Además, el verano a menudo se asocia con una actitud más relajada y menos estructurada, lo que puede contribuir a una menor motivación para realizar tareas que en otras épocas del año se llevarían a cabo con mayor diligencia. La combinación de estos factores crea un entorno propicio para la pereza, haciendo que las actividades cotidianas se sientan más agotadoras de lo habitual.

A pesar de todo, es posible combatir la pereza veraniega manteniendo una buena hidratación, buscando momentos frescos del día para realizar actividades físicas, y manteniendo una rutina de sueño regular. Entender las causas de este estado puede ayudar a gestionarlo mejor y aprovechar al máximo la temporada estival, sin caer en la trampa de la inactividad.