El inicio del verano astronómico está marcado por el solsticio de verano, el momento en que el Sol alcanza su punto más alto en el cielo al mediodía, proporcionando el día con más horas de luz del año. Este evento depende de la inclinación del eje terrestre y la posición de la Tierra en su órbita elíptica alrededor del Sol. Debido a que la órbita de la Tierra no es perfectamente circular, sino ligeramente elíptica, la velocidad a la que la Tierra se desplaza varía a lo largo del año, lo que provoca que el solsticio de verano no ocurra exactamente en la misma fecha cada año.
El calendario gregoriano, que es el que utilizamos actualmente, está diseñado para que cada año tenga 365 días, con un año bisiesto cada cuatro años para ajustar las pequeñas diferencias acumuladas. Sin embargo, esta estructura no coincide perfectamente con el tiempo que realmente tarda la Tierra en completar una órbita alrededor del Sol, que es aproximadamente 365,24 días. Esta discrepancia de aproximadamente un cuarto de día cada año se corrige con los años bisiestos, pero aun así, provoca pequeñas variaciones en la fecha exacta del solsticio de verano.
Otro factor que influye es la precesión de los equinoccios, un fenómeno que describe cómo el eje de la Tierra se mueve lentamente con el tiempo, alterando ligeramente la orientación de la Tierra en el espacio. Esta precesión también contribuye a las variaciones en las fechas de los solsticios y equinoccios a lo largo de los siglos.
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