Las latas para conservar alimentos se fabrican en miles de millones de unidades cada año. | Archivo

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Hay inventos culinarios tan antiguos que jamás sabremos quién fue su autor: como la primera olla de barro o el trozo de madera o hueso que fue usado como cuchara. Sin embargo, otras innovaciones, aunque datan de hace más de 200 años, vienen atadas con nombres y fechas. Una de ellas es la lata para conservar alimentos, algo que se fabrica en miles de millones de unidades cada año, algo que todos usamos a menudo.

¿Qué haríamos sin unas latas de atún, sardinas, mejillones, tomates, paté y muchísimos más alimentos que empleamos a diario para montar entrantes casi instantáneos o para el bocadillo de la merienda? La lata la debemos a dos franceses muy distintos. En primer lugar está François Appert (1749-1841), quien fue el pionero en descubrir un método de conservar alimentos en pequeños botes de lata cerrados herméticamente y hervidos para destruir las bacterias sin matar del todo los sabores del contenido. Appert estaba trabajando en la conservación de alimentos en latas en tiempos de las guerras napoleónicas cuando los puertos franceses fueron bloqueados y el pueblo y el ejército necesitaban algo para suplementar la falta de comestibles frescos. Fue la época cuando Francia empezó a cultivar la patata a gran escala y cuando Napoleón Bonaparte puso en marcha la producción de azúcar empleando las remolachas.

Como vimos en un reciente artículo, Napoleón Bonaparte era un hombre vulgar y grosero, pero también muy astuto y con un don de previsión: siempre estaba alerta para aprovecharse de cualquier circunstancia que le diera alguna ventaja… sobre todo en las batallas. Cuando se enteró de las latas de alimentos de Appert, vio enseguida que así se podía dar de comer a los soldados en el mismo campo de batalla. Este el es mismo Napoleón que siempre decía «C’est la soupe qui fait le soldat». Si la sopa y el estofado estaban enlatados, más fácil sería ganar la batalla… y la guerra. Napoleón hizo a Appert su protegido y le ofreció personalmente cualquier ayuda necesaria. Incluso le dio el empujón económico que Appert necesitaba para abrir la primera fábrica de latas del mundo. Napoleón requería estas latas para dar de comer a su ejército y marina.

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Cuando los soldados británicos encontraron esas latas de comida después de una lucha con las tropas de Napoleón, las mandaron a Londres. Un científico llamado Peter Durand adaptó y mejoró el invento original, sobre todo empleando juntas soldadas, que patentó. La noticia de comida enlatada llegó a los Estados Unidos, donde Thomas A. Kenneth sacó la primera patente americana en 1825.

Esas primerizas latas tenían un gran inconveniente: su producción era muy cara. Napoleón y otros jefes de gobierno podían hacer caso omiso del coste de una batalla, si significaba ganar la guerra. Pero para usar este invento para el bien del consumidor, el fabricante tenía que reducir sus gastos enormemente. Esta oportunidad vino en 1847 con un sistema de estampar la hojalata y hacer latas de forma masiva y muy baratas. Desde ese momento, la industria de la comida enlatada creció de manera acelerada. En 1870 se vendían 30 millones de latas de comida anualmente en Estados Unidos. Hoy en día, la marca Heinz vende cada año, sólo en Inglaterra, 500 millones de sus alubias enlatadas en salsa de tomate, una parte esencial en el típico desayuno del país.

Las latas en España

La comida enlatada en España es un gran negocio, muchas veces enfocado en la gama alta, tanto en las ventas locales como en el extranjero. Alrededor de un 50 por ciento de las exportaciones españolas de alimentos están en latas y botes. Las hortalizas, como los espárragos y las alcachofas (sobre todo las de Navarra y La Rioja), son muy apreciadas en las capitales europeas. Y las latas de pescado y marisco de Galicia y Cantabria se ven en los mejores delicatessen, y también los estofados, como perdices, faisanes y patos.