Las panades mallorquinas tienen su origen en la cultura judía, ya que algunos ingredientes como el pan sin levadura y el cordero tienen relación bíblica. Posteriormente, la receta se cristianizó durante el siglo XV añadiéndole manteca y sobrassada. Las panades dulces eran llamadas antiguamente de «senyor». Recibían ese nombre porque eran las que se hacían y comían en las casas más pudientes que podían comprar azúcar.
Las saladas se conocen como «llises» y eran las que elaboraban y consumían la gente del campo. La variedad de este producto tan característico de la Semana Santa no sólo está en la masa, su relleno puede ser muy variado: de carne, de pescado, de sepia, con o sin guisantes. Incluso, hoy en día, algunos chef de alta cocina se atreven con combinaciones mucho más novedosas.
La innovación ha llegado también a la repostería dulce. Los robiols son piezas de pasta de harina fina amasada con aceite, saïm, huevo, y a veces en zumo de naranja. Tienen forma semicircular y se rellenan con diferentes ingredientes, los más tradicionales son los de cabello de ángel, confitura, crema y requesón. Se consumían antiguamente sólo por Pascua, pero hoy en día se comen todo el año. Es con el crespell, las pastas dulces de estas fiestas.
Sobre su origen hay varias hipótesis. La primera es que su origen sea judío, ya que en la cocina sefardí hay unas pastas llamadas borekas (sin manteca), que tienen la misma forma de media luna y de las que se podrían haber derivado los robiols (dulces) y los cocarrois (salados). La segunda es que podría ser italiano, hay un queso tierno fresco, parecido en el reto, llamado robiola, que estaba de moda en la corte del Italia renacentista, o en lo que se parecen con los raviolis.
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