Hasta principios de la década de los 60, cada barriada de Palma tenía al menos una bodega que despachaba vino en barrica. Yo vivía en la calle San Alonso y pude escoger entre cuatro. Las barriadas también estaban llenas de colmados donde las amas de casa hacían la mayor parte de su compra diaria. Todavía no habían llegado los supermercados. Una inglesa, Sheila Lillington, y su marido asturiano Pedro Bota, abrieron el primer supermercado de la ciudad en la calle Brondo en 1959. En el primer piso del mercado del Olivar una empresa puso otro. Pero ambos fracasaron porque la compra por autoservicio era demasiado extraña y no cuajó entre las amas de casa, que preferían sus colmados, lecherías y panaderías de toda la vida. La compra allí era fácil y, además, fueron puntos de encuentro y chismorreo.
Sin embargo, un par de años más tarde llegaron las pequeñas cadenas de supermercados y arrasaron por toda la ciudad. En pocos años desaparecieron muchos colmados, lecherías, panaderías y, por supuesto, las viejas bodegas con sus tintos y blancos de barrica. Algunas bodegas pudieron sobrevivir sirviendo tapas y copas de vino a granel, pero fueron simples parches, no soluciones duraderas. No conozco ninguna bodega en el centro de Palma que todavía venda blancos y tintos de barrica. Espero que quede alguna en las afueras de la ciudad.
La semana pasada di un paseo por mi viejo barrio buscando restaurantes donde antaño había comido bien. Pero fue una visita triste porque los cinco restaurantes que buscaba no habían sobrevivido a la pandemia. Entre ellos estaba Las Olas, con una cocinera camboyana llamada Eveline que dominaba platos de la cocina sefardí. Un restaurante de la calle Morey, donde trabajaba una buena cocinera cubana, ya es una tienda turística. Pero en la calle Morey me encontré con una buena noticia: la vieja Bodega Morey, inaugurada en 1955, sigue ahí, habiendo sobrevivido los grandes cambios sociológicos acaecidos entre 1960 y 2000. También pudo salir ilesa de la gran recesión de 2008 y pudo con los dos años de la pandemia. En junio del año pasado entró en una nueva etapa cuando Octavio Caballero la cogió como bar, con una cocinera marroquí llamada Malika haciendo tradicionales tapas. Me gustó muchísimo su escalivada porque estaba cocida más que lo normal y todo se quedó con una suculencia y consistencia increíbles. Cuando recogí los jugos con trocitos de pan, encontré minúsculos puntitos de ajo, un toque magistral.
En una mesa de al lado estaban comiendo la escalivada con láminas de bacalao y pedí una tapa igual. Fue una ración enorme, tanto de escalivada como de bacalao, con un precio de solo 6,50 euros. Una de las grandes gangas del año, y valió un 10. Una ensaladilla rusa (4,50 euros) con las patatas y las otras hortalizas cortadas a dados, era especialmente memorable porque Malika incluyó una buena cantidad de atún de bote para dar una consistencia cremosa y llena de sabor. Un pastel de merluza (6,50 euros) fue un gran éxito con su textura ligera y esponjosa y un buen sabor a merluza. La calle Morey está en la ruta de los turistas que visitan esta zona de la ciudad y durante toda la mañana desfilan arriba y abajo. Muchos entran en la Bodega Morey para beber y comer algo, por lo tanto su supervivencia parece asegurada por bastantes años más. Para el mes que viene, es casi seguro que Malika hará platos marroquíes para los residentes.
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