Una de las propuestas de L'Ambigú.

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Justo detrás del ábside de la iglesia de Santa Eulalia se encuentra un pequeño restaurante que ha conseguido hacerse un hueco entre la clientela de turistas y autóctonos que se mueven por esta parte del casco antiguo palmesano. L’Ambigú, ubicado en el número 1 de la calle Carnisseria, hace justicia a lo que significa su nombre: taberna, cantina, o incluso mostrador donde se exponían los platos que se ofrecían a los comensales. Su fórmula es la de ofrecer una cocina centrada esencialmente en platos sanos y atractivos de variada inspiración mediterránea: española, mallorquina, árabe, israelí, incluso latinoamericana –ceviches peruanos, homenaje seguramente a alguno de los integrantes de la cocina–, en una propuesta interesante, atractiva y bien ejecutada.

El local, pequeño en su interior y con el aliciente de una terracita con una docena de pequeñas mesas exteriores, con sus estufas para controlar el frío, dispone de un pequeño pero eficiente equipo –camareras argentina y española, cocinera brasileña y ayudantes hispanoamericanos–, regentado por una emprendedora gallega, Eva, que ha conseguido con su socio francés, ir puliendo el estilo de este negocio que empezó como un lugar de tapeo y se ha consolidado como una buena referencia gastronómica.

La propuesta de la carta resulta interesante y, sobre todo, saludable, con un toque mediterráneo, oriental y bastante verde. Desde un buen gazpacho a sus hummus, o su sabroso falafel crujiente sobre hoja de lechuga, aderezado con un sabroso chutney de pera y crema de yogur (14€), o una shakshuka israelí, muy similar a nuestro pisto de verduras, con berenjena, pimiento y tomate, muy bien ligado, y toque ligeramente dulce y ahumado por los pimientos asados, y coronado por un huevo campero. Plato sencillo y magnífico, al que le daba un punto diferencial el picantito de la guindilla dulce (12€). Original el carpaccio de calabacín con rúcula, parmesano y almendras y, especialmente destacable, el tartar de aguacate con fresas y lima fresca (14€). Para los carnívoros, ofrecen también como entrante carpaccio de buey con rúcula y parmesano.

Entre los principales, está muy logrado el curry verde de verduras –con el brócoli muy al dente–, marinado en leche de coco, sutil y de regusto dulce, perfecto para mezclar con el arroz blanco que acompaña al plato (16€). Y, sobre todo, un excelente bacalao de piel crujiente y mórbido interior, acompañado por un suave puré de patata y coliflor (22€). La ración incluía dos buenos trozos, perfectos para compartir.

Apetecibles también otros platos principales de la carta: el cordero deshuesado con puré de patatas y salsa de frutos rojos; el pollo al curry amarillo, almendras y arroz de jazmín y el pulpo a la plancha con puré de patata y ali oli de pimentón ahumado, en su punto, y que parece ser omnipresente en tantos restaurantes. Postres buenos, sin destacar en exceso (fresas con zumo de naranja y chantilly casero, gató con helado de almendras, brownie con helado y, sobre todo, las pannacottas de coco con coulis de mango y de galleta María con caramelo a la sal (6€).

Aceptable selección de vinos, algunos de ellos biodinámicos, como los mallorquines Tripsol y Sincronía de Mesquida Mora (29€), y un escursac de Grau Gran (33€) y Son Prim (32€). Algunos buenos Riberas de Duero, como un Emilio Moro (28€), Pago de Capellanes (39€), y algunos magníficos, algo sobrepreciados, como Malleolus (52€), Carraovejas (69€), o un Valdeginés de Artadi riojano (65€). El ambiente, muy agradable, particularmente en el exterior, a pesar de los ruidos que originan las camionetas de Emaya que depositan los contenedores para la basura justo al lado del restaurante. Servilletas de papel, cubertería normal, y buenas copas, más unas sillas de director que no son las más cómodas del mercado. Interesante y acogedor restaurante en el corazón del barrio antiguo de Palma.