Inicialmente cultivadas por los indígenas de América del Norte, el explorador francés Samuel de Champlain (1567-1635) las descubrió para Europa en 1603 al identificar unas plantas cultivadas por los nativos de Nauset Harbor (Massachusetts). Es a quien deben su nombre de alcachofa, ya que al describirlas cuando envió las primeras muestras a Francia les atribuyó ese sabor. La segunda parte de su nombre no tiene un origen tan evidente y cuenta por lo menos con dos probables justificaciones con visos de probabilidad. La más plausible es que los colonos italianos en Estados
Unidos llamaron a la planta girasole, debido al parecido de sus flores con las del girasol de jardín, cosa bien justificable ya que ambas pertenecen al género Helianthus. Con el tiempo, el nombre de girasola, según pronunciación en los dialectos suritalianos, fue corrompido y transformado por los angloparlantes en Jerusalén. Otra justificación es que los puritanos, cuando llegaron al Nuevo Mundo, llamaran así a la planta para identificarla con la ‘Nueva Jerusalén' que pensaban estar creando en la nueva tierra prometida.
En Francia dieron en llamarlas ‘topinambour', que en realidad deriva de una tribu brasileña conocida por los franceses como los Topinamboux, actualmente llamados Tupinambas. Un grupo de éstos fue llevado como curiosidad poco menos que circense a Francia en el seiscientos. Allí fueron presentados primero en Rouen y posteriormente en París en 1613. Por las mismas fechas de su presencia en la capital francesa, en otros lugares del país galo se proponía asimismo la introducción del tubérculo de origen canadiense, recién registrado por la afortunada expedición de Champlain a la llamada Nueva Francia o actual Canadá.
La coincidencia temporal entre las exóticas presencias de los tupinamba y el tubérculo canadiense, a pesar de los miles de kilómetros que separan sus respectivas patrias, indujeron la confusión de los franceses de la época. El resultado fue que los tupinambas brasileños acabaron por dar su nombre a la planta canadiense. Pocos años después, hacia los dos últimos tercios del siglo XVII, la planta fue incorporada por Francia y otros países europeos a su panoplia alimentaria, iniciándose su cultivo. Su incierto arraigo y el rápido triunfo y popularidad de la patata, divulgada sobre todo desde esa misma centuria por Europa, restó relevancia a su papel y adopción en las tierras del Viejo Continente.
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