Ensalada navideña de judías verdes.

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Habla el poeta, entre versos, del gin parisino, los sifones acatarrados, las sandías marsellesas, el vino de Chipre, los huevos escalfados en el caldo de la sopa, el lomo de cerdo, la cerveza del Tirol, la miel espesa, la fruta madura, los dulces racimos de uvas septembrinas, las alcaparras silvestres, las naranjas que son fruto de la luz, la manzana y el champaña que trae el maître d’hôtel, los ancianos que comen apio para ser inmortales, las hojas verdes para hacer ensalada… y estas palabras: «Adiós juventud, Navidad blanca, cuando la vida era una estrella, cuyo reflejo contemplaba, en el mar Mediterráneo, más nacarado que los meteoros…»

Y en otro sitio: «Es la hora de la comida; todo está soleado y sobre el mantel blanquísimo, pone la cocinera un humeante plato… La madre, de espaldas a la ventana, por donde se ve la mar llena de sol y también los peñascales con sus sombrías arboledas de pinos y olivos, ella, con sus dos hijos comen y hablan, y cantos de alegría les acompañan, con familiares ruidos de cubiertos y platos y el claro sonido de los vasos y los trinos de los pájaros sobre los naranjos y la viva canción de la mantequilla en el fuego y el bello rubí que hacen el vino y el sol… Los frutos perfumados terminan el almuerzo. Ellos se levantan gozosos y adoran la vida, sin desprecio por lo material, pensando que los ágapes son hermosos y sagrados porque ayudan al hombre a vivir su vida».

Son las evocaciones de un poeta. Como también puede serlo una ensalada de Navidad a la francesa: Echamos medio kilo de judías verdes finas en agua hirviendo, con sal, durante media hora. Las escurrimos y las dejamos enfriar. Lo mismo con medio kilo de corazones de alcachofas. Y también con doscientos cincuenta gramos de puntas de espárragos. Después hervimos un huevo y no conservamos más que la yema. Lo ponemos todo junto en un cuenco grande y rayamos muy finamente la trufa contenida en una lata que añadimos al resto de los ingredientes, así como la yema de huevo desmenuzada. Nos queda ya solo el aliño: el zumo de un limón, cuatro cucharadas de aceite y sal al gusto. Hecho esto, lo batimos con un tenedor, que se mezcle lo mejor posible.