En Ninola, la pareja se basta para dar de comer –muy bien– a una clientela mayoritariamente autóctona, que ha descubierto las delicias de una cocina artesanal donde prácticamente todo –salvo los helados– lo elaboran ellos. Casi un milagro, que gestionan magníficamente y con una amabilidad y simpatía envidiables. Para poder ser fieles a esta filosofía, su oferta es limitada pero original, sabrosa y muy bien ejecutada. Su inspiración es la de la cocina tradicional, particularmente de su zona de procedencia, con alguna concesión a platos de inspiración mediterránea. Media docena de entrantes para picar, otros tantos de atractivos platos de pasta casera, y algunos de carne o pescado. Y lo mismo se puede decir de los postres. Todos los platos son generosos, y es recomendable pedir varios, compartirlos y degustar mejor la cocina de esta casa.
La carta es atractiva de principio a fin, de las que prácticamente apetece todo.
Nos dejamos asesorar y empezamos por un petit choux de sabor mediterráneo, un delicado brioche vegetariano relleno de finas láminas de calabacín, encurtidos, tomates secos, olivada y queso fresco, intenso y delicioso de sabor (6,5€). Y un pequeño guiño a la cocina de las Islas con una coca de higos, queso gorgonzola y sobrasada, ligera y nada invasiva (10€). Nos tentó probar los huevos con frito de espinacas, parmesano y balsámico. No era el caso, porque donde queríamos realmente centrarnos era en las pastas, todas ellas hechas en la casa y apetecibles. Y, por orden de satisfacción entre nuestros comensales, el primer puesto se lo llevaron –destacados– los ravioli de cebolla caramelizada, salsa de parmesano y reducción de Jerez, con un delicioso toque dulce que nos cautivó.
También muy atractivos los gnocchi de sémola rellenos de calabaza con mantequilla de anchoas y almendras tostadas, que conformaban una mezcla especial. Y el tercer plato de pasta que probamos fueron unos strozzapreti (curioso nombre que significa ‘asfixia curas'), de forma muy irregular, porque están hechos a mano, que ligaban muy bien la salsa del ragú de rabo de toro que les acompañaba. Muy sabroso, aunque nos impactó menos que los primeros (14,5€ cada plato de pasta).
Compartimos también una burrata a la parmigiana, menos original, que se deshacía en boca, con una soberbia salsa de pesto de intenso color verde y berenjena asada; y, como plato principal –aunque todos podrían haberlo sido–, disfrutamos de un espléndido calamar a la parrilla relleno con sus propias patas, sobre una deliciosa costra de risotto tostada en sartén, crujiente y con el original sabor que le imprimía el limón y romero. Un calamar grande, perfectamente marcado en rodajas, ideal para compartir. Éramos cinco y fue suficiente para apreciar la potente textura del cefalópodo y de su relleno (19€).
En una nueva visita, pude probar –me había quedado con ganas la primera vez– una aguja de cerdo ibérico en porchetta y verduras de otoño picantes, melosísima (19€).Dejamos un hueco para probar sus postres caseros. Buen tiramisú; delicada la espuma de mango, yogur y frambuesa, muy ligera, y delicioso el bunet con amaretti, típico del Piamonte (5,5€ cada postre). Vinos sencillos a buen precio. Taberna italiana, sin pretensiones, donde tanto la comida como quien la prepara y sirve son magníficos.
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