Marcel Proust, un domingo en Combray y unas magdalenas clásicas.

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Explicaba Marcel Proust (París, 1871-1922) en su obra Por el camino de Swann la siguiente anécdota: «El recuerdo apareció de repente. Fue el gusto de aquel trozo de magdalena que aquella mañana de domingo en Combray (lugar donde Proust pasaba sus vacaciones cuando era niño) en cuanto fui al dormitorio de la tía Leonie a darle los buenos días y ella me ofreció la pasta bañada en una infusión de té o de tila. La vista de la pequeña magdalena... La había visto sin degustarla en los escaparates de las pastelerías y luego habiendo dejado atrás aquellos días de Combray, parecieron borrarse ya de mi memoria... Pero cuando de un pasado antiguo nada subsiste, después de la muerte de los seres, después de la destrucción de las cosas, solas, más tibias o más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles, el olor y el sabor permanecen todavía por algún tiempo, como si fueran espíritus, que recordasen, que aguardasen, que esperasen, sobre la ruina de todo lo demás para asumirlo sin ceder, sobre una gota casi impalpable en el edificio inmenso del recuerdo».

¿Y qué decir de Proust? Aquejado por una enfermedad respiratoria, pasó los últimos años de su vida en el retiro de su habitación, donde compuso su obra capital En busca del tiempo perdido, serie novelística en siete partes que ha sido calificada como la suma de hechos y observaciones, de sensaciones y sentimientos, más compleja de nuestra época, donde la psicología es la sal y pimienta de todo junto.

Y hablando de eso, vayamos a la cocina y rememoremos el asunto: Usaremos para seis huevos el mismo peso de harina, aceite y azúcar. Freímos, primero, el aceite y lo dejamos enfriar. Batimos los huevos, primero las claras, con un poco de bicarbonato, que tomen algo de consistencia, y luego las yemas, juntando seguidamente, a las unas con las otras, incorporando a la mezcla, luego, el aceite y después el azúcar. Finalmente, la harina junto con una cucharadita de agua de azahar o zumo de limón, siempre bien batida la mezcla, la cual se pone en los moldes individuales, engrasados con un poco del mismo aceite. Estos moldes, dentro de recipientes grandes, se ponen en el horno donde después de cocer, espolvoreamos, al sacarlas, con azúcar molido.