Para disfrutar de callos y cachopo

TW
0

Son numerosos los restaurantes que han apostado por zonas de moda para poder repercutir rápidamente unos precios que, en muchos, demasiados, casos, no están justificados ni por calidad ni por servicio. Y paralelamente, coexisten otros, modestos y honestos, en los que da gusto llevar a cabo, de vez en cuando, una incursión para disfrutar con su cocina regional. Uno de ellos, por el que había pasado en multitud de ocasiones –está al final de Joan Miró, cerca de Porto Pi– es un asturiano, establecido en la zona hace ya bastantes años, pero que nunca había visitado. Fue a instancias de unos amigos, parroquianos discontinuos de esta modesta casa de comidas, lo que me motivó para probar algunos de los platos que habían elogiado: callos asturianos –quienes somos fans de estas tripas peregrinamos a los lugares más diversos al encuentro de un guiso que, si está logrado, puede ser sublime–, y cachopo, un particular filete empanado cortado muy fino, relleno de algún buen embutido, que se ha convertido en una buscada delicia que no siempre está bien conseguida.

Con estas expectativas llegué al Rinconín de Marga, pequeño local de barra ancha, con tiradores de sidra con la camiseta del Sporting de Gijón, para que quede clara su procedencia y aficiones. Marga y su marido atienden a la clientela –bastante habitual por lo que pudimos comprobar– con un trato próximo y cordial que se agradece. Quien visite el Rinconín debe tener claro que ahí se va a comer bien y sin sofisticaciones. Que no espere elegancia en la puesta en escena. Mesas y sillas sobrias, servilletas de papel, vasos de sidra tradicionales y copas discretas para el vino. Incluso ha de arriesgarse a que una ventilación manifiestamente mejorable obligue a meter alguna de las prendas en la lavadora al llegar a casa. Pero sus platos están preparados con sapiencia, tiempo y, sobre todo, buena materia.

El Rinconín es un chigre, pero de calidad. Todo lo que ofrecen suena atractivo, casero, y por su consistencia conviene probarlo en sucesivas visitas. En nuestro caso, teníamos claro lo que queríamos comer, y no era cuestión de enfrentarnos –al menos en esta ocasión– ni con las afamadas cebollas rellenas de atún, ni con los calamares en su tinta, ni con las fabes que les han dado prestigio. Y tampoco nos atrevimos con la carne guisada, otro de sus platos estrella. Así que abrimos boca con media ración de croquetas de perfecta costra frita, rellenas de una delicada y melosa bechamel de jamón, soberbias en su sencillez (9,90€), antes de dar cuenta de los estupendos callos asturianos. Los preparan especiados, ligeramente picantes y bastante poco espesos, que acompañan de patatas fritas en cuadraditos para que se impregnen de la salsa y produzca en el paladar un efecto casi beatífico. Al contrario de lo que pueda imaginarse, los callos de esta casa son bastante ligeros, y es recomendable compartir ración entre varios para disfrutarlos sin que llenen demasiado (16,50€).

Fue un adecuado prolegómeno antes de dar paso a lo que era nuestro siguiente objetivo: el cachopo, un escalope de ternera cortado muy fino, relleno de jamón ibérico o –fue nuestro caso– de cecina de vaca bien curada y queso de cabra. Para los que no estén familiarizados con este particular y sabroso manjar, hay que subrayar que suele ser una pieza de imponente tamaño que aconseja compartirlo entre dos o tres comensales para disfrutar mejor tanto de la carne como de las deliciosas patatas fritas en cuadraditos y de los pimientos de Padrón y asados con que se acompaña. Nosotros lo dividimos en tres partes y fue más que suficiente. El cocinero había conseguido el punto perfecto de fritura, crujiente en los bordes pero tierno en la parte central. Un gran cachopo a un precio que puede parecer algo alto (36,90€), pero que es razonable si se tiene en cuenta que es para compartirlo. De postre, un buen arroz con leche, con limón y canela, para cuadrar el círculo de asturianidad. Estupenda inmersión en este rincón de cocina tradicional del Principado que no decepciona cuando se tiene claro lo que allí se va a encontrar. Para repetir y probar el resto de sus apetecibles propuestas.