Estos frutos, que en realidad son una drupa, proceden de la zona templada de Asia Central, Corea del Norte, Manchuria y China.

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Con su acostumbrada puntualidad, este año acaso algo más precozmente, han llegado los albaricoques a su cita con mi santo patrón. La historia de su nombre nos proporciona el itinerario recorrido desde su zona de origen hasta que pudieron ser disfrutados en nuestras mesas. Estos frutos, que en realidad son una drupa, proceden de la zona templada de Asia Central, Corea del Norte, Manchuria y China. Desde allí se extendieron hacia el sur, instalándose en Armenia, entonces integrada en el Imperio Persa, donde permanecieron durante tanto tiempo que se les creyó originarios de allí.

En dicha localización fue donde los conocieron los griegos durante las campañas de Alejandro Magno, llamándolos praikokion, de prae antes y kokion maduración, por su sazón precoz y anterior a las ciruelas y melocotones, de cuyo subgrupo de prunas eran considerados una variedad. Esa misma procedencia llevó a los romanos a darles el nombre de prunus armeniaca, con el cual fueron introducidos en sus dominios del entorno mediterráneo. Como Armenia entonces formaba parte del enorme Imperio Persa, fueron también conocidos como persica praeccocia, pero su forma redonda y pulpa firme, hizo incluirlos a su vez en el grupo de las llamadas mala o manzanas. En consecuencia recibieron asimismo el de malum praecocia o «manzanas precoces».

Los bizantinos eran grecoparlantes y con el tiempo el praikókia evolucionó a berikokkí, nombre con el cual los conocieron los agrónomos andalusíes, a raíz del obsequio que el emperador bizantino Constantino Porfirogeneta hizo al califa omeya de Córdoba Abderraman III. En un intercambio de presentes, el bizantino le mandó al cordobés un manuscrito del De materia médica, redactado por el médico grecoromano Pedacio Dioscórides Anazarbeo. Lógicamente estaba en griego y los andalusíes no andaban muy duchos en esa lengua, pero el libro era el mejor y más completo texto de botánica de la época, así que crearon un equipo traductor. Su tarea no siempre fue ajustada y el berikokkia se transformó en al-barquq.

Probablemente fueron los andalusíes quienes los introdujeron en Mallorca. Así permite creerlo la rapidez con que se difundían las novedades agrícolas en sus dominios. Los tres siglos largos que separan su recepción, traducción y difusión en esa cultura de la conquista de Mallorca por Jaime I en 1229, son tiempo suficiente para que fueran introducidos en la isla. A favor de dicha probabilidad está además que la habitual forma de conservación mediante el secado al sol, parece haber sido puesta en práctica en el entorno andalusí, donde eran luego elaborados en forma de pasta, similar al actual membrillo, llamada Qamar al-din. Una de sus primeras menciones en la Isla la realiza fra Anselm Turmeda en las Cobles de la divissió del Regne de Mallorca (1397). A partir de entonces pudieron integrarse progresivamente en nuestras mesas. Las dos primeras recetas locales que los utilizan, son una confitura recogida por el agustino fra Jaume Martí, a fines del setecientos y la coca que aparece en La Cuyna Mallorquina (1866).