Cuenta Miquel Gelabert que desde muy pequeño, ya jugaba con la cocinita que le habían regalado sus padres en la que iba imaginando los platos y guisos que se hacían en su casa, y que su memoria siempre ha estado ligada a los olores de guisos y sofritos que preparaba su madre. Gelabert es el alma de este restaurante de Manacor, que está a punto de cumplir su primer centenario –el próximo año– con una envidiable salud. Sigue siendo el lugar sobrio, elegante y acogedor, de referencia para quienes deseen degustar el recetario de la buena cocina mallorquina.
Ubicado en una calle tranquila del centro de la población manacorina, con entrada más propia de un edificio de viviendas, el local transmite nada más subir las escaleras de acceso ese aura de casa de comidas clásica, con gran barra de madera, algunos muebles que podrían encontrarse en cualquier comedor particular y una gran zona de mesas con amplio espacio entre ellas. Bendecido desde hace años por algunas de las guías más reputadas, ofrece unos espléndidos menús diarios y de fin de semana, de excelente precio (18€ y 30€), y un gran menú degustación a base de aperitivo, dos entrantes, pescado, carne, postre, pastas y café. Un festín de sabores y texturas por un más que justificado precio de 50€, con la posibilidad de añadir una selección de copas de vino por otros 20€ adicionales.
En Ca’n March tienen a gala mantener viva la memoria gastronómica y la sensibilidad de gusto y olfato heredada de sus ancestros, procurando que sus platos se adapten –como explican con sencillez– a lo que marcan las estaciones: tumbet y trempó en verano, greixeres preferentemente en invierno. En el propio restaurante tienen a la venta una buena selección de productos mallorquines (aceite y vinos, harina de xeixa, sal, mermeladas), y organizan cenas de degustación con caldos de bodegas de la zona. Es, por tanto, una buena casa de comidas comprometida con la cultura gastronómica de la Isla.
Su carta es amplia, atractiva, con platos que apetecen y sorprenden, y merece la pena dejarse tentar por las sugerencias que añaden cada día. Como la finísima y delicada coca de harina de trigo de xeixa integral, cebolla caramelizada, sobrasada e higos que probamos en nuestra última visita (12,5€), o el delicioso calamar relleno de carne y de sus patitas fritas, con mejillones y una salsa en la que se empapaban las sabrosas albóndigas de la misma carne del relleno. (26€).
Optamos por un almuerzo para compartir, ligero por mor de los calores estivales, en el que disfrutamos de una infrecuente croqueta de pichón y trufa, y de un particular carpaccio de manitas de cerdo con manzana ácida, apio blanco, piñones tostados y vinagreta de mistela, muy alabado por quien lo tomó (17€). E intenso de sabor el lomo de merluza con gamba roja acompañado de avellanas y salsa de acelgas.
No lo tomamos esta vez, pero tienen fama en esta casa sus terrinas de porc negre con el jugo del asado, dulce de albaricoque y patatas con romero, o sus arroces y paellas, de los que el seco de verduras que probé en una ocasión anterior dejó un gran recuerdo en mi memoria. Los postres también merecen que se les haga un hueco. Probamos leche frita, crujiente, y un ‘monte nevado’ con helado de bizcocho, galleta de canela y leche preparada con limón y merengue (7€), que componían una atractiva mezcla de texturas.
Amplia representación de vinos de las diferentes denominaciones de Mallorca, más algunos buenos de Ribera de Duero, Rioja y Priorat, a muy buen precio (magnífico el Ses Ferritges 2018 de Miquel Oliver que tomamos, a 24,5€). Gran restaurante de comida tradicional, con platos muy bien presentados y un servicio dispuesto y agradable, que llega en buena forma a su primer centenario. Nada es casual.
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