Un ternasco al horno, que es como se llama a un cordero pequeño y tierno. | UH

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Anoche salimos a cenar a un restaurante de la plaza Mayor, donde nos dejamos tentar por unos bulliciosos mesoneros disfrazados de contrabandistas de ópera, que nos atendieron en una sala de piedra con techos abovedados. Todo el mundo fumaba y no había una sola ventana abierta. Nos atosigamos de manjares mortales: calamares fritos y setas al ajillo, cordero asado en una fuente de barro, dorado, crujiente, chorreando grasa, fragante a hiernas tradicionales y una jarra de sangría, ese deleite de vino con fruta que se bebe como agua, pero después cuando uno intenta ponerse de pie, golpea como mazazo en la nuca…» Este texto pertenece a la novela Paula, un relato autobiográfico de Isabel Allende. Esta escritora chilena nos lleva a una historia familiar conmovedora, de tintes inevitablemente dramáticos, y que sin embargo ofrece retazos narrativos que muestran un amor por la vida del día a día, donde todo termina y vuelve a empezar.

Estas líneas nos remiten al famoso restaurante, Cuchilleros, 1, de Madrid, junto a la plaza Mayor, que conserva efectivamente el recuerdo de aquel famoso bandolero local Luis Candelas, romántico aventurero.

Isabel Allende nació en Lima en 1942 y en 1982 salió al primer plano internacional con su novela La casa de los espíritus, muy celebrada de público y crítica y en la novelística siguiente reafirmó su consagración como una de las plumas más brillantes del momento.

Ya en la cocina evoquemos ese fragmento de buena prosa y preparemos un ternasco al horno que es como se llama a un cordero pequeño y tierno, del que utilizaremos kilo y medio de carne, en un solo trozo. Le ponemos sal y lo disponemos en una bandeja o fuente de horno con dos dientes de ajo, cuatro cucharadas de aceite de oliva y sesenta gramos de manteca de cerdo. Calentamos el horno y se hace todo a la vez, que dore bien, para lo cual hemos de dar a la carne varias vueltas. Cuando el ternasco esté medio asado le agregamos dos ramitas de romero fresco, dos copas de vino blanco seco y un kilo de patatas peladas y cortadas en rodajas. Se ha de servir muy caliente en una olla o cazuela de barro, como parece ser habitual.