Tentación y expulsión del Paraíso. | Web Gallery of Art

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Septiembre es el mes más pródigo en fruta, viendo madurar buen número de variedades de esos vegetales. Ahora son un producto especialmente apreciado como nutriente, pero en la historia humana han existido periodos en que fueron vistas como elementos alimentarios, como mínimo, discutidos, cuando no descalificados.

En ese rechazo intervino decisivamente la imagen de Eva entregando cierto fruto a Adán, mientras vivían en el mítico Paraíso Terrenal. El gesto sigue simbolizando hoy para el mundo cristiano la transgresión de la prohibición que condicionaba su estancia en dicho lugar, provocando su expulsión y la de su descendencia del legendario Jardín en Edén. El fruto causante de la tragedia no queda claro en el Génesis, ya que el texto utiliza para designarlo el término latino genérico pomum, sin concretar a que variedad correspondía el pomum en cuestión.

Su identificación constituyó una cuestión teológica central de la religión cristiana. Las interpretaciones de la escena representadas a lo largo de los siglos, muestran a veces un racimo de uvas, otras una manzana e incluso una aceituna o una espiga de cereal. En ocasiones esa confusión, intencionada o no, muestra a Adán sosteniendo una manzana cerca de una vid. Según las respectivas interpretaciones del texto, la tradición griega decidió que se trataba de un higo, la latina por una manzana, Bizancio se inclinó por una naranja y la rabínica optó por la uva. La consecuencia fue que las frutas crudas vieron menoscabada su excelencia y aceptación como alimento y pasaron a ocupar una posición cuestionada en la cultura cristiana.

El cambio de esa valoración dio un giro radical a raíz de la constatación del papel jugado por la existencia del factor vitamínico en la alimentación. El proceso comienza poco antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, con el aislamiento de las vitaminas A antixeroftálmica y B1 antiberiberica, por E. V. Mac Collum, A. Davis, Th. Osborne y L. Mendel. Hacia 1912, los bioquímicos Chr. Eijkman (1858-1930) y Fr. G. Hopkins (1861-1947) descubrieron que en los alimentos se encontraban ciertas sustancias indispensables para el desarrollo, demostrando la insuficiencia nutritiva de una dieta compuesta sólo por principios alimenticios puros. Esto les permitió introducir la idea de la necesidad vital de ciertos «alimentos accesorios», a los cuales C. Funk dio el nombre de «vitaminas» (1913).

Este prometedor esbozo, a partir de 1918 se convirtió en un activo campo de saberes, cuya influencia abarca toda la fisiología, la dietética, la fisiopatología y la farmacoterapia, demostrándose decisiva para la actual ciencia de la nutrición. En tan solo veinte años se identificaron todas las vitaminas, determinando su estructura química y estableciéndose su papel en los procesos nutritivos. Se determinó que eran sustancias imprescindibles en los procesos metabólicos y su presencia preferente en distintos alimentos, entre ellos las frutas y hortalizas. A partir de aquí ambos tipos de vegetales pasaron a ocupar un lugar esencial y justificado en nuestra dieta cotidiana.