Margarita Payeras, directora creativa de la marca de bikini Suro, junto a su 'stand' en su pop up en Palma. | Pere Bota

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El uniforme femenino del verano cumple 78 años en la era actual. Sin embargo, el bikini ya formaba parte del vestuario atlético en el imperio romano, según data el mosaico «Chicas en bikini» en la villa romana del Casale en Sicilia. Ya sean bailarinas o atletas, las mujeres romanas lucían con asiduidad un dos piezas que dejaba al descubierto los hombros, el abdomen y las piernas para practicar deporte. Sin embargo, con la llegada de la moral del cristianismo, el atuendo fue erradicado del ámbito público durante más de 1.300 años.

Es por ello, que el 5 de julio de 1946 marca la fecha en la que el bikini se vuelve a introducir en la sociedad de la mano de Louis Réard. Tras la Segunda Guerra Mundial, el ingeniero automovilístico francés que se hacía cargo de la tienda de lencería de su madre, se dio cuenta de que las mujeres se arremangaban el traje de baño para lograr un mejor bronceado. Entonces, dio comienzo una competición entre él y el diseñador Jacques Heim con el fin de crear el traje de baño más pequeño.

Mientras que el diseño de Heim, al que llamó «átomo» por sus diminutas medidas, fue el primero en aparecer en la arena. La innovación de Réard contaba con la primicia: dejar al descubierto el ombligo. «Le bikini» estaba compuesto por cuatro triángulos hechos con tan solo 75 centímetro de tela. Su nombre señala un punto geopolítico importante en la historia. Ya que, por entonces, Estados Unidos se preparaba para la Guerra Fría y realizaba sus pruebas nucleares en el atolón Bikini. Réard buscaba una creación igual de explosiva.

Pese a que el bikini se convirtió en un símbolo de la expresión femenina, según señala la escritora estadounidense y exmodelo Kelly Killoren Bensimon, autora de 'The Bikini Book'. El traje de baño fue prohibido de inmediato y el papel de actrices como Brigitte Bardot, Rita Hayworth o Elisabeth Taylor fue fundamental para transformar la prenda de un icono del escándalo a un símbolo de la liberación de la mujer. En la actualidad, marcas como Suro, Bionda o Nakãwe, mallorquinas de origen, continúan creando historia alrededor del clásico icono.

Bikini de Suro

Avanzado a su tiempo, su bikini es ahora un emblema de sostenibilidad. «Para mí es un logro que cada vez haya más marcas sostenibles, ojalá todas lo fuéramos», cuenta Margarita Payeras, fundadora y directora creativa de Suro. Esta marca sencilla y de calidad nació en la Isla en 2016 con el objetivo de crear ropa de baño que se pudiera llevar en la calle. Sus colecciones, a la venta en su pop-up en Palma y Deià, son elaboradas con tejidos italianos de nylon que recicla redes de pesca rescatadas del fondo del mar. Conservando el medio ambiente, la firma cuida cada detalle para que sus prendas sean éticas y duraderas.

Bikini de Bionda

Con un ADN arraigado en la creación consciente, Bionda es la marca de baño y ‘resort’ creada por Melina Bernardini. La directora creativa de la firma cuenta cómo la idea nació en Mallorca, lugar de su infancia. Inspirada por la costa mediterránea y su madre, la empresaria suiza decidió emplear los excedentes de nylon que se abandonan en las fábricas de tejidos para coser sus bikinis de corte clásico. En su nueva colección, apuesta por el upcycling de piezas customizadas con motivos de artesanía mallorquí. Además, desde sus redes sociales se esfuerza en educar sobre el cuidado de las piezas para que sean duraderas.

Bikini de Nakãwe

Con un atelier en Palma, Nakãwe diseña y cose sus trajes de baño con un nylon totalmente biodegradable, un tejido exclusivo que viaja en barco desde Brasil para minimizar el impacto de emisiones CO₂. La marca ofrece un servicio al cliente especializado en cuidar cada detalle y ha eliminado el plástico de todos sus envíos. La marca destaca por su transparencia en la creación de sus piezas de baño. Como mallorquina, Fiona Escario, diseñadora y fundadora de la firma, «sentía la necesidad de cuidar el medio ambiente».