El glaucoma es la segunda causa de ceguera a nivel global, solo superada por las cataratas, según la información de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se trata de una enfermedad crónica que provoca daños irreversibles en el nervio óptico y que, a pesar de su gravedad, la mitad de las personas que lo padecen no son conscientes de que la padecen, ya que no presenta síntomas hasta que se encuentra en un estadio avanzado.
«El 50 % de las personas que lo padecen no son conscientes hasta que la pérdida de visión periférica (lateral) es muy evidente. Principalmente, esto se debe al hecho de que el glaucoma no suele producir dolor o molestias ni pérdidas de visión bruscas. De ahí la importancia de la detección precoz, mediante revisiones periódicas con el oftalmólogo», destaca la Fundación del Instituto de Microcirugía Ocular (IMO).
La detección temprana es clave ya que puede evitar la ceguera en un 95% de los casos. Por esta razón es realmente importante acudir a revisiones oftalmológicas de forma periódica, sobre todo a partir de los 40 años, ya que «es la edad en la que se activa el proceso degenerativo del ojo y empieza a aumentar la incidencia del glaucoma», detallan en el Instituto de Microcirugía Ocular (IMO).
En primer lugar, el glaucoma comprende un conjunto de enfermedades que causan un daño progresivo e irreversible en el nervio óptico. «Esta estructura es clave para la visión ya que, a través de ella, las imágenes que capta la retina (convertidas en impulsos nerviosos) se transmiten al cerebro para que este las interprete y se genere la visión», destacan en el IMO.
En este sentido, se produce una muerte prematura de las células ganglionares de la retina a causa del glaucoma y como consecuencia se genera una «pérdida de funcionalidad y el campo visual del paciente va reduciéndose, si la enfermedad no se trata a tiempo», añaden.
Según los expertos, el principal factor de riesgo que puede ocasionar el glaucoma es la hipertensión ocular que ocurre porque, por diferentes motivos, «el humor acuoso (líquido que baña el interior del ojo) no drena correctamente y se acumula, ejerciendo una presión excesiva sobre el nervio óptico y causándole un estrés que no puede soportar», explican en el IMO. No obstante, es una enfermedad multifactorial ya que puede deberse a otros factores de riesgo y su origen todavía es poco conocido.
Existen varios tipos de glaucoma en función de las causas que generan este deterioro progresivo en el nervio óptico: glaucoma de ángulo abierto, de ángulo cerrado, normotensivo o de tensión normal, congénito y secundario.
Respecto al glaucoma de ángulo estrecho, este tipo es menos frecuente y se manifiesta en pacientes «en los que el ángulo formado por la córnea y el iris se cierra e impide la salida del humor acuoso», explican desde la Clínica Baviera. Este bloqueo puede ser lento y dar lugar a un glaucoma de ángulo cerrado crónico o puede desarrollarse de forma rápida y generar un glaucoma de ángulo cerrado agudo, «lo que provoca un aumento rápido y brusco de la presión intraocular». De esta manera, el glaucoma agudo es repentino y es considerado una urgencia médica.
La mayoría de pacientes no experimenta ningún síntoma, sobre todo porque el tipo de glaucoma más común es el de ángulo abierto, aunque es cierto que el glaucoma agudo puede presentar ciertos signos de alerta. No obstante, a pesar de pasar inadvertido, el glaucoma va generando un daño grave y progresivo hasta reducir gran parte de la visión.
Es posible que los síntomas se desarrollen a la vez o que solo se manifieste alguno de ellos en los pacientes. «La ausencia de algunos de los citados anteriormente no debe ser tomada como un elemento que permita descartar completamente que el paciente se encuentre ante un ataque de glaucoma agudo o glaucoma de ángulo estrecho», añade la clínica.
Por otra parte, algunas personas pueden tener más predisposición que otras a desarrollar glaucoma. Según Mayo Clinic, los factores de riesgo asociados más destacables son:
La prevención mediante la consulta periódica al oftalmólogo y el diagnóstico precoz son claves para evitar desarrollar glaucoma o, si se padece, reducir el riesgo de sufrir ceguera. Esta patología crónica no tiene cura ya que no se puede regenerar el nervio óptico, ni recuperar el campo visual perdido. No obstante, el tratamiento en estos casos trata de controlar la enfermedad para conservar la visión del paciente.
Uno de los métodos más efectivos es la reducción de la presión intraocular, «mediante colirios hipotensores, láseres y múltiples procedimientos quirúrgicos, ya sean las nuevas cirugías mínimamente invasivas para pacientes con hipertensión ocular o glaucoma leve (XEN, CyPass, iStent, trabeculotomía con láser excímer) u otras técnicas algo más complejas pero también más efectivas reduciendo la presión intraocular (esclerectomía profunda no perforante, trabeculectomía e implantes de drenaje)», destacan en el IMO.
En el caso de un ataque agudo de glaucoma de ángulo estrecho, «el paciente suele necesitar atención médica inmediata», añaden desde la Clínica Baviera. Los objetivos del tratamiento para este tipo de glaucoma pasan por «reducir la presión intraocular, permitir que la cornea recupere su transparencia y por aliviar el dolor agudo del paciente».
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