El consumo de tabaco es uno de los principales problemas de salud pública a nivel mundial, pues es la primera causa de muerte evitable en el mundo. Solo en España produce 55 mil muertes cada año y a nivel mundial se calcula que en 2030 sean ocho millones los que pierdan la vida por fumar cada año.
La prevención entre los más jóvenes es crucial, pues es alrededor de los 14 años cuando los jóvenes prueban su primer cigarrillo y hay estudios que demuestran que, si no se ha fumado antes de los 26 años, casi con toda seguridad nunca se inicie el hábito.
Aun así, y pese a las campañas de prevención, los jóvenes siguen empezando a fumar y, según el Grupo Español de Cáncer de Pulmón, un 30% de los jóvenes españoles lo hace habitualmente, y casi un 10% de los adolescentes entre 14 y 18 años lo hace a diario, un 30% de manera ocasional.
Iniciarse en este hábito desde tan jóvenes, además de los peligros habituales del consumo de tabaco, como un mayor riesgo de varios tipos de cáncer, de enfermedades respiratorias o cardiovasculares, entre otras, conlleva riesgos añadidos, por eso es muy importante que los jóvenes no empiecen a fumar.
El cerebro adolescente aún no ha terminado de desarrollarse, lo que hace más vulnerable frente a la nicotina. Esta sustancia adictiva tiene efectos en el sistema de recompensa del cerebro y en las áreas del cerebro que controlan las emociones y las funciones cognitivas. Si la nicotina entra habitualmente en el cerebro cuando este aún no ha terminado de desarrollarse, modificará estas áreas, y es muy probable que estas modificaciones se queden para siempre. Como consecuencia, tendremos un cerebro más vulnerable a las adicciones, no solo a la nicotina, sino también a otras sustancias, y más propenso a padecer depresiones.
A nivel pulmonar, ocurre algo parecido. Durante la adolescencia, el pulmón todavía no ha terminado de desarrollarse y no ha alcanzado el 100% de su capacidad pulmonar. Si empezamos a fumar se produce una obstrucción leve de las vías respiratorias, la función pulmonar disminuye y la función pulmonar se ralentiza. Como consecuencia, un fumador adolescente no alcanzará todo su potencial respiratorio. Esto lo hará más vulnerable a padecer enfermedades respiratorias en el futuro.
Resumiendo, una persona que inicia en el consumo de tabaco muy joven tendrá más posibilidades de ser fumador en la edad adulta, de ser adicto a otras sustancias y de padecer problemas emocionales.
La mayoría de los adolescentes que fuma lo hace por motivos sociales, es decir, para sentirse aceptado, o como un acto de la rebeldía, tan propia de la adolescencia. Y es que, durante esta época de la vida, la presión y la influencia que ejerce el grupo de amigos es más importante que el que ejerce la familia. Para prevenir que esta influencia les lleve a empezar a fumar, es necesario advertirles de los peligros del tabaco desde mucho antes. Antes y durante la adolescencia, hay muchas cosas que podemos hacer para impedirlo.
•Dar ejemplo. Por mucho que digamos a nuestro hijo que no fume, si desde niño ha visto fumar en casa, lo aceptará como algo normal y tendrá más posibilidades de empezar con el hábito. Si fumas, deja de hacerlo, y mientras tanto, háblale de lo mal que te sientes por hacerlo, tanto física como emocionalmente.
•Facilita que practique algún deporte desde niño. Los adolescentes que hacen deporte fuman mucho menos que los sedentarios.
•Háblale de las consecuencias para la salud. Las consecuencias que el tabaco tiene para la salud, al menos las más graves, no se ven hasta pasados unos años, por lo que es normal que un adolescente no piense en lo que el tabaco puede hacerlo a largo plazo. Para concienciarlo, puedes hablarle de alguien cercano que haya enfermado por fumar o incluso que haya fallecido. Es mejor que no esperes a la adolescencia para hacerlo. Desde los cinco o seis años ya son capaces de comprenderlo. Sé insistente, pues repetir un mensaje -sin regañar- es la mejor forma de que se selle a fuego en su cerebro.
•Háblale de las consecuencias para su aspecto físico. Los adolescentes suelen preocuparse mucho de su aspecto y de la imagen que proyectas. Si le recuerdas que fumar dañará su piel y su pelo, le hará tener más acné, peor aliento y hará que huela peor, reducirán sus ganas de fumar.
•Háblale de lo que cuesta. Hazle ver lo que se perderá si fuma, pues el dinero de su paga que se gaste en tabaco no podrá gastárselo en otras cosas que le gusten.
•No permitas que nadie fume en casa. Si fumas, nunca lo hagas en casa, ni siquiera en la terraza. Tampoco se debe dejar que las visitas fumen.
•Dale herramientas para que aprende a decir no. Enseñar a tu hijo a ser asertivo le ayudará a decir ‘no' -de manera tajante pero educada- cuando no quiera hacer algo, por mucha presión de grupo que exista. Podéis ensayar juntos las formas de hacerlo poniéndoos en situaciones sociales difíciles.
•Ponte en su lugar. Todos los adultos han pasado por la adolescencia y, aunque esa etapa se haya superado, son conscientes de lo que durante esos años supone a presión del grupo, de la poca consciencia que se tiene a esa edad de los peligros y de lo poco que les gusta que los ‘sermonenes'. Por tanto, si ya ha probado algún cigarro, muéstrale empatía en lugar de regañarle o amenazarle, pero recuérdale por qué no debe fumar y que en casa no está permitido hacerlo.
•Pregúntale y escúchale. Pregunta a menudo a tu hijo qué sabe sobre el consumo de tabaco, si alguien de su entorno fuma, si lo ha probado, los motivos que le han llevado hacerlo… Resuelve todas sus dudas si las tiene y cuéntales tus experiencias con el tabaco, tanto ahora como cuando tenías su edad.
•Pasa tiempo con él. Pasar tiempo con nuestros hijos y hablar con ellos de este o cualquier tema es la mejor forma de conocerlos y ganarnos su confianza.
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