La sociedad actual está tendiendo hacia una deriva mucho más individualista y marcada por las apariencias, en la que pedir ayuda se está convirtiendo en algo cada vez más inusual. «En una sociedad cada vez más expuesta, donde se vive de cara a la galería mostrando todo aquello que, siendo honestos en muchas de las ocasiones, no somos, pedir ayuda nos sitúa en una situación en la que nos podemos sentir más vulnerables por la sencilla razón de que pone de manifiesto que necesitamos del otro para poder resolver algo nuestro y poder continuar», expone la coach personal y de salud, Marga Almarcha.
«Algo que en un primer momento puede parecer tan natural entre personas por el mero hecho de pertenecer al mismo grupo, se torna complicado para una gran mayoría de la población, debido a esas incomodidades que surgen cuando quedan al descubierto nuestro lado más vulnerable que, en muchas ocasiones, queremos mantener oculto. Aún así, pedir ayuda nos brinda una oportunidad maravillosa para sentirnos acompañados, queridos y nos ayuda a tener más fuerza para poder sobrellevar una situación o un problema en un momento determinado».
La coach añade que «todo ello se puede ver potenciado por el entorno en el que nos movemos, una sociedad donde se fomenta la competitividad, con lo que pedir ayuda podría estar a la cola de las opciones posibles a tener en cuenta, quizá porque choca con esa imagen de perfeccionismo y eficacia que queremos proyectar de nosotros mismos. Ahora bien, la realidad de pedir ayuda es bien distinta, el mero hecho de poder contar con ella nos hace más humanos al fomentar nuestro sentimiento de pertenencia a un grupo de iguales, lo que nos genera un sentimiento de agradecimiento que nos ayuda a disfrutar de un mayor bienestar».
Y ¿qué nos impide pedir ayuda?
Almarcha explica que «ser conscientes de nuestra vulnerabilidad nos dificulta poder hacerlo. El hecho de que podamos parecer frágiles ante los demás por la sencilla razón de ser ayudados nos pone en una situación en la que tenemos que romper con todos esos valores con los que hemos ido creciendo como responsabilidad, autosuficiencia, autonomía…y, sobre todo, lo de parecer fuertes a pesar de las adversidades. Un discurso que hoy en día está empezando a dejar de ser válido al llevarnos a tal punto de autoexigencia que hace comprometer otros aspectos de nuestra vida, como la personal».
Otra razón por la que encontramos cierta dificultad, «es el miedo a la respuesta de la otra persona. No saber encajar el 'no' nos lleva en muchas ocasiones a desistir de pedir aquello que cubriría ciertas necesidades. O simplemente, porque no sabemos hacerlo; lo que no es nada sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que no nos enseñan a pedir de una forma asertiva. Venimos de un estilo de crianza más autoritario donde hemos actuado bajo la batuta del «ordeno y mando», más que poniendo de relieve la asertividad, como forma de comunicarnos. La consecuencia lógica es que no sabemos pedir las cosas, al mismo tiempo que se genera una tendencia natural a pedir desde la exigencia y no de una forma que abriría la puerta a la participación y colaboración entre personas».
¿Y qué ocurriría si nos arriesgásemos y pidiéramos ayuda?
«Sin duda, nos daría la oportunidad de conocernos más y de asumir que no somos perfectos, lo que nos pone delante de aceptarnos tal y como somos, y no como el personaje que nos hemos ido creando para encajar en una sociedad cada vez más cambiante», señala. Además, añade que «nos hace capaces de sentir malestar e incomodidad y de hacer todo lo posible para aprender a conocer y manejar ciertos sentimientos que no se darían si no estuviéramos ante esa situación».
También destaca que «recibimos el apoyo y el cariño de los demás o de esa persona que es importante para nosotros de una forma altruista, lo que genera sentimientos de bienestar al ver que nuestras necesidades de pertenencia, compañía o ayuda están siendo cubiertas». Además, «nos ayuda a tener en cuenta otros puntos de vistas que pueden enriquecer nuestra visión de la vida. Es la oportunidad de poder ver la vida desde otros ojos». «Y, sobre todo, nos hace ser más valientes y humildes al reconocer que no podemos con todo lo que nos ocurre y que, necesitamos compartir el peso para hacerlo más llevadero».
Por otro lado, pone de manifiesto que al pedir ayuda «nos liberamos del estrés que hemos ido acumulando al ver que no podíamos resolver por nosotros mismos lo que teníamos entre manos. Sin duda, para el que pide ayuda todos son ventajas, nada despreciables para tener muy en cuenta y empezar a hacerlo de una forma asertiva».
La coach precisa que «los beneficios de pedir ayuda no son únicos de las personas que la piden, sino que también la persona que la da, va a disfrutar de otros regalos tan importantes o más, como, por ejemplo, sentirse útil. Al ayudar nos sentimos satisfechos y agradecidos por la labor que estamos haciendo, porque sin duda saber que contribuimos al bienestar de los demás es una de las mejores formas de sentirnos realizados». Para concluir, sostiene que «pedir ayuda nos hace humanos, nos hace valientes, nos hace deshacernos de creencias que nos limitan y de patrones aprendidos derivados de una sociedad marcada por el 'poder sobre' donde el mandar se postula como única forma de relacionarse. Afortunadamente, vivimos en una sociedad que evoluciona y donde cada vez se tiene que hacer más patente que valores como la solidaridad, la ayuda, la pertenencia y la contribución son necesarios si queremos una sociedad más justa y eso pasa también por que en los hogares se cambie el modelo apostando por uno donde la ayuda, la cocreación y la colaboración sean la base donde se pose el modelo de familia».
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