No puedes dar lo que no tienes, esto es una verdad de perogrullo. ¿Cómo puedes partir de la premisa de que lo importante es amar al otro sin tener la capacidad primero de amarte a ti mismo? Es imposible amar si no comienzas con valorar la forma que tengas de amarte a ti mismo. Sin embargo, el camino hacia el amor por nosotros mismos, no sucede de un día para otro.
Muchas veces les digo a mis pacientes o alumnos que experimenten hablarle a los demás como se hablan a sí mismos en el espejo cada mañana.
Seguramente resultaría desastroso pasarte el día diciendo a los demás que nunca son los suficientemente buenos en lo que hacen, que no han logrado alcanzar sus metas, que son perezosos, tontos, gordos, que no están haciendo nada útil por sus vidas, que siempre hay alguien haciéndolo mucho mejor, ...
¿Te imagines tratar así todos los días a alguien? ¿Sabes el impacto que estas palabras tendrían en su sistema nervioso? ¿En su salud mental? ¿En su autoestima? ¿En su cuerpo?
Las palabras son pócimas mágicas que generan reacciones bioquímicas en nuestro cerebro y que impactan al cuerpo. Por eso en todas las tradiciones de búsqueda espiritual, las palabras, sonidos o mantras tiene tanta relevancia. Las palabras son muy poderosas.
En la mayoría de los casos, las personas mantienen durante todo el día un diálogo negativo con ellos mismos. Es raro encontrar quien a primera hora de la mañana tenga una pensamiento de profunda gratitud por el día que empieza; es raro que tomemos el tiempo para apreciar cada parte de nuestro cuerpo, agradecer nuestras capacidades, reconocernos como seres únicos e irrepetibles, y es aún más extraño que alguien frente a sus errores o fracasos se diga: «es parte del aprendizaje, me perdono y me amo».
Cuando decimos que la paz comienza dentro de nosotros, en realidad comienza con el lenguaje que usamos con nosotros mismos. Cada palabra tiene un efecto en ti, en tu cuerpo y por tanto en la frecuencia que proyectas a través de tu campo electromagnético. Ser seres de paz, seres de amor, seres de dulzura, empieza en la forma en que nos tratamos, en la capacidad que tenemos de apreciar las personas que somos hoy.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» toma otro sentido cuando entendemos que ese amor debe nacer en nosotros, acompañarnos, definirnos.
Amaré al otro como me sea capaz de amar a mi mismo hoy. Aceptaré al otro como sea capaz de aceptar mis errores y debilidades hoy. Seré capaz de abrirme a la compasión hacia las demás personas en la medida en que sea capaz de abrirme a la compasión y el perdón hacia mi.
Hoy me amaré mejor, me hablaré mejor, me trataré mejor, ... Consciente de que en la medida que entrene a mi mente y a mi cuerpo a hacerlo, seré capaz de hacerlo por los demás.
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