Desde el inicio el conjunto leonés demostró sus intenciones y firmó un parcial de 14-4 con Schraeder como estilete ofensivo. El quinteto visitante no se dejó llevar pese al tanteador inicial y el liderazgo de Blanch surgió efecto con dos canastas consecutivas que apretaban el marcador en sólo 4 puntos de diferencia. El resultado de 25-21 a la conclusión del primer cuarto dejaba clara la igualdad que se vivía en el parquet leonés.
Lo que vino después tiene difícil explicación. Cuando peor parecía estar el Mallorca, llegó la reacción de los de Xavi Sastre, que culminaron la remontada aprovechando el aturdimiento local. El quinteto insular creyó por fin en las posibilidades de victoria y cosechó unos momentos de baloncesto fluido en ataque y sin fisuras en defensa. Mención especial merece la labor sobre el jugador más resolutivo de los rojos como Urtasun. Su aportación ofensiva en el primer tiempo de ayer se vio reducida a los cuatro puntos merced al excelente trabajo en la pizarra mallorquina.
Por ahí debe empezar a entenderse el buen resultado con el que enfiló los vestuarios el cuadro naranja, que cifraba en más de doce puntos (35-47) su botín al descanso. También fue vital el rendimiento de Riera, que puso de manifiesto que atraviesa un momento muy dulce.
El director de orquesta balear hizo lo que quiso con Jorge Calvo, titular por la lesión del veterano Bernabé. Blanch y Howard también contribuyeron a convertir el perímetro del Pabellón de los Deportes de León en un colador. Si por algún sitio sufrían los visitantes era en la pintura, donde Hughes,estaba haciendo sufrir de lo lindo a Bonds.
La salida de vestuarios, situó sobre la cancha a un Mallorca consciente de sus posibilidades, dispuesto a realizar su baloncesto alegre con el que llevarse el triunfo. Una victoria destinada a consolidarlo como equipo revelación del curso liguero. Mientras, un León mucho más fiero sobre el papel que sobre la cancha mostraba su peor cara. Los castellanos se destaparon como un equipo agotado, lento y sin recursos. Ni siquiera la entrada a la desesperada de un Bernabé muy tocado sirvió para revitalizar las esperanzas locales, que pasaban por las maltrechas rodillas de Hughes como único recurso mientras el Mallorca vivía un imparable terremoto de baloncesto con el triángulo Riera, Blanch y Howard.
Fue entonces cuando Mallorca sufrió una pájara. El hasta entonces sólido equipo de Sastre dejó paso a cinco fantasmas deambulando por la pista hasta que León estuvo a un solo punto. Suficiente para que despertaran los 2000 espectadores y los estiletes locales. Suficiente para que los leoneses martilleasen a los naranjas. Un final de infarto, una auténtica moneda al aire que Riera y Green se encargaron de que cayera de cara.
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