El historiador y prior del Monestir de la Real de Palma, Josep Amengual i Batle, frente a Llibres Ramon Llull. | Jaume Morey

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A los pocos minutos de conversación, Josep Amengual i Batle entrecierra los ojos como para enfocar mejor y señala con el dedo índice el logo de la marca Patagonia de mi camiseta. «Allí pasé días encerrado, en el desierto, escribiendo», dice, recordando uno de sus muchos viajes a Argentina como misionero de los Sagrados Corazones. Nacido hace 86 años en la diminuta localidad de Biniali, hijo de payeses, es el último gran sabio mallorquín que nos queda. El único capaz de consultar textos originales en latín. Habla catalán, castellano, alemán, francés, italiano y algo de inglés, portugués y griego. «Traté de aprender un poco de euskera y la lengua de Burundi, pero me resultó muy complicado», confiesa, como si ser políglota fuera algo de lo más habitual.

Es un hombre premoderno, con unos conocimientos enciclopédicos sobre la historia antigua, especialmente, que son fruto de su condición como sacerdote. Solo la Iglesia y las universidades, que preservan espacios humanistas ajenos al productivismo capitalista, engendran personas con tan vastos saberes.

Amengual acaba de publicar el tercer tomo de La història de Mallorca i les religions del Llibre, una larga saga que tendrá ocho volúmenes que ofrecerán la panorámica más exhaustiva jamás publicada sobre el cristianismo, el judaísmo y el islam en Baleares, y que edita Àlex Volney, de Llibres Ramon Llull. La historia de las Islas, con mayúsculas. «A nadie le interesa la historia antigua», me comentó la segunda vez que charlamos el año pasado con motivo de la segunda entrega. «Yo hago el trabajo porque encuentro que se debe hacer», me responde ahora, con ese tono estoico que tanto recuerda al verso hindú de la Bhagavad Gita en el que se dice que lo debido sin esperar resultados es el bien supremo.

Le lanzo una pregunta: ¿Cómo influye en la sociedad actual el fomento del olvido o, directamente, la tergiversación de la historia para adaptarla a intereses del presente? «Se puede crear una idea imperialista de Roma si no se aplica ninguna crítica. Roma fue una plancha, no quedó nada. El imperialismo es la imposición de uno sobre el resto, cuando todos somos iguales. Dominar es algo pagano, no cristiano», reflexiona el viejo teólogo. Su editor interviene oportunamente, recordando el mensaje ilustrado y anticlerical de Las ruinas de Palmira sobre los desmanes de las religiones organizadas. Ante eso, Amengual se sincera: «El cristianismo que sigo no es el oficial. No entiendo cómo el papa puede ser rey. El evangelio va por otros caminos».

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«Me da miedo la deshumanización», me confiesa al preguntarle sobre cómo valora el hecho de que la visión materialista de la existencia domine por completo las relaciones humanas. «Cuando una sociedad prescinde del espíritu, se embrutece y no le interesa la persona humana porque la considera un objeto. Y de los objetos hacemos lo que creemos conveniente. Se materializa a la persona, mientras que el cristianismo implica humanizar. Una humanidad que no trata lo material, no come, pero si solo se enfoca en eso, no crece, no piensa y no es humana». No hay que ser creyente para compartir sus palabras, pero sí que es necesario ser espiritual. Ateísmo y fe, aparentemente antónimos, reconciliados.

Hablamos sobre la decadencia del imperio norteamericano, que durante más de medio siglo se ha erigido como policía del mundo. «Se creyeron predestinados a gobernar la humanidad. Esta apuesta imperialista ya la lideró Carlos V, con esa idea de poner orden en el mundo. ¿Pero quién les ha llamado? Según ellos, Dios, pero eso es paganismo. En nombre del cristianismo, dominar a otros, no se puede entender», considera. El auge del poder chino y su rechazo a incentivar guerras por todo el planeta lo valora con recelo. «No sabemos qué harán, pero la dependencia económica que crean en los países africanos es desastrosa», afirma, porque tiene amigos en muchos rincones del gran continente, que conoce por su labor de misionero. «El imperialismo es una ideología nefasta, sea capitalista o comunista, acaba oprimiendo», añade.

Sobre los conceptos de nación e identidad, me dice que son lo mismo. «Nación proviene de la palabra nacer. El estado es el que plancha y suprime, el que recorta. La nación es natural. Cuando hay naciones no hay conflictos; los hay cuando los estados imponen. El estado no tiene por qué crear conflictos, como pasa con el caso suizo. Tampoco con los Reyes Católicos tendría que haber ocurrido lo que pasó: la imposición castellana sobre el resto». Eso desencadenaría efectos que hoy siguen intensificándose y a los que se han sumado otros factores externos.

El uso de la lengua propia retrocede, los topónimos genuinos se olvidan o modifican por ignorancia, miles de personas –pobres o ricas– viven su cultura en burbujas al margen de la local. Sin caer en una lectura nostálgica, xenófoba o sentimental, le pregunto: ¿Asistimos al fin del pueblo de Mallorca, de Menorca y de Eivissa y Formentera surgido tras la conquista de Jaume I en 1229? «Es una posibilidad», responde, y admite que le gustaría que esa «suplantación» no ocurra. «Me gustaría que todo lo que publico ayudara a querer culturalmente el patrimonio de Mallorca, en el sentido más amplio. Que evite que se supla por otra cultura materialista o religiosa. Lo que se venía haciendo hasta ahora era una cultura de raíz catalana y de inspiración cristiana, y creo que puede ser un patrimonio para humanizar el futuro. La cultura mallorquina debería ser dialogante, pero no sumisa», reivindica. No son palabras de un nacionalista, ni de un independentista. Su visión es demasiado compleja para una sociedad sometida a la perspectiva única del Estado nación, un marco mental muy limitado que, sin embargo, es útil para someter.

«Soy de una generación que ve nacer otra civilización. Nunca diré que lo que viene será peor, aunque sí que hay aspectos decadentes, como los estados europeos, que discuten cosas intrascendentes. Hay decadencias, pero el mundo no lo es. Si lo fuera, este portátil con el que escribes no existiría, y eso es un paso hecho por la humanidad. Lo que traerá, lo desconozco», concluye.