La irrupción de Florentino Pérez en el planeta fútbol ha subrayado
la necesidad de empezar a concebir a los clubes como empresas, a
este deporte como un comercio. El presidente de ACS, una de las
mayores constructoras de Europa, ganó las elecciones y lo primero
que hizo fue extenderle un cheque a Luis Figo, por aquel entonces
el principal icono del barcelonismo.
El Madrid pagó 10.000 millones de pesetas por la libertad del
delantero portugués e inició la carrera por tener en su nómina a
todas las estrellas del balompié mundial. Florentino justificó la
adquisición de Figo -tal y como haría luego con Zidane- hablando de
márketing o de derechos de imagen, conceptos hasta entonces sin
atribución en el torneo. Logró el equipo blanco la Liga y su
presidente empezó a llenarse la boca de Zidane, al que ya había
elogiado a su llegada al cargo.
La intención del empresario madrileño era conquistar la novena
Copa de Europa en Glasgow, y para ello tiró de talonario. Invirtió
12.800 millones en contratar al francés, que ya estaba hastiado de
recibir patadas en el Calcio y quería abandonar la Juventus. El
Madrid apenas traspasaba jugadores y en dos años se había gastado
más de 20.000 millones en contrataciones. La venta de camisetas del
centrocampista galo se disparó, pero fue la venta de la Ciudad
Deportiva lo que permitió que el club madrileño enjuagara su deuda
y fichara a Zinedine Zidane. Llegó la novena, pero no había
suficiente.
El verano pasado fue muy largo y el Madrid se había convertido,
cuando la Liga ya había arrancado, en el único equipo que no se
había reforzado. La hinchada esperaba la tradicionabomba estival de
Florentino Pérez y llegó; era Ronaldo, el delantero que había
reventado el mundial y el jugador que iba a completar un equipo de
ensueño. Los blancos pagaron 35 millones de euros (5.810 millones
de pesetas) por fichar al brasileño, que militaba en el Inter.
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