El empresario Jesús Gil, que devolvió al Atlético de Madrid al
lugar que le correspondía entre los grandes clubes españoles pero
pasó por el fracaso del descenso a Segunda División, falleció ayer
en Madrid a los 71 años. Gil, que también ejerció la política,
respondía al tipo de hombre hecho a sí mismo, con un carácter
fuerte y bronco que le obligó a afrontar numerosos pleitos,
demandas y procesos por delitos de distinta índole, algunos de los
cuales le llevaron a prisión. Hablaba sin pelos en la lengua y
defendió con ardor y pasión los colores y los derechos del
Atlético. «Pase lo que pase, nunca dejaremos de ser atléticos»,
decía. Nacido en Burgo de Osma, Soria, el 12 de marzo de 1933,
estudió en Madrid Ciencias Económicas, pero abandonó la carrera en
los primeros cursos.
Después de trabajar en la tienda de repuestos de automóviles de
un primo suyo, empezó a amasar su fortuna con la construcción. En
1969 pisó la cárcel por primera vez tras ser condenado por
imprudencia temeraria a causa del hundimiento del techo de un
restaurante de la urbanización Los Angeles de San Rafael,
construida por su empresa, que costó la vida a 58 personas. Gil
permaneció dieciocho meses en prisión hasta que fue indultado por
el anterior jefe de Estado, Francisco Franco, tras pagar 400
millones de pesetas (en torno a los 2,4 millones de euros). Su vida
careció de más relevancia pública hasta que el 26 de junio de 1987
fue elegido presidente del Atlético, club del que era socio desde
1981 (número 16.386) y miembro de la Junta Directiva. Gil apostó
fuerte para ganar las elecciones con el fichaje del portugués Paulo
Futre, un delantero que había maravillado con el Oporto y que se
ganó pronto la admiración de la hinchada rojiblanca, una de las más
fieles de España.
Desde el primer momento demostró que no iba ser un presidente
cualquiera. «Dentro del equipo sólo quiero ganadores y me gustaría
saber quiénes son los jugadores que no tienen ese carácter porque
nos sobran», advirtió con el aplauso de la hinchada, feliz con un
presidente que hablaba claro y ponía a cada uno en su sitio. Su
primera reunión con el cuadro técnico anticipó lo que se avecinaba.
Harto de esperar para ser recibido, el entrenador Luis Aragonés
irrumpió en el despacho del presidente, le agarró por la camisa y
le gritó: «En mala hora has llegado». Gil le respondió: «A mí me
han elegido los socios; a ti, no». Fue el comienzo de un relación
de amor y odio entre Gil y Luis, que se marchó del club y cedió el
puesto al argentino César Luis Menotti, primero de una larga lista
de más de 30 técnicos. Luis regresó en 1991, se marchó en la
temporada siguiente, retornó en 2000 con el equipo en Segunda y
volvió a pelearse con Gil al final de la campaña 2002-2003. Cada
desacuerdo acarreaba duras descalificaciones mutuas.
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