Aún a una distancia considerable del liderato del Barcelona, nueve puntos, sin salirse del partido a partido mientras reafirma su segunda posición en el campeonato con nueve puntos ya de colchón sobre su adversario de este domingo, tercero, el Atlético mantiene su ambición. Él jugó para ganar, el Valencia sólo para empatar.
Si el partido ya tenía una enorme transcendencia, por la segunda posición, por el podio y por la Liga de Campeones -el objetivo primordial de ambos equipos este curso-, todo se elevó aún más con el empate del Barcelona frente al Espanyol, un aliciente gigantesco para un duelo de altura, de los que exigen muchas cualidades.
Una por encima de todas, la pegada, el factor decisivo en el que insiste Diego Simeone, cuya idea toda la semana estaba clarísima, definida hasta el mínimo detalle. Quería presionar, robar rápido, jugar en campo contrario y a toda velocidad, la destreza en la que mejor se mueve el Atlético, que sufre con la transición más lenta.
Ahí, consciente de todo eso, incidió siempre el Valencia, que resistió el arrebato inicial local desde un diseño de encuentro más pausado, más basado sobre el control de la pelota, reinventado por las bajas, pero armado, como siempre son los conjuntos de Marcelino, a pesar de sus cuatro derrotas en las últimas seis jornadas.
Desde esas directrices circuló el choque después, sin ninguna expresión en forma de ocasiones, con más amagos que otra cosa del Atlético, con más precauciones que proposiciones del Valencia, hasta un derechazo de Saúl Ñíguez desde más de 30 metros, un recurso puntual en un duelo competido, en maduración y en tránsito entonces.
Porque el Atlético, que perdió a Savic por lesión al borde de la media hora, no logró darle la continuidad que pretendía a su potente puesta en escena, a su intención vertical, a encontrar a Griezmann entre líneas o a fortalecer su juego en campo rival por su propia imprecisión, especialmente visible en sus dos medios centros, y porque el Valencia entonces se sentía a gusto sin que pasara nada.
Entre la eliminatoria de la Copa del Rey contra el Barcelona, las lesiones y la inquietud de sus últimos tropiezos era un buen panorama para el Valencia. Pero también incluye los riesgos que tiene jugar ante un equipo como el Atlético o Diego Costa, que de la nada, de un córner, se sacó un cabezazo al que voló imponente Neto.
Ahí, aún en el primer tiempo, se encomendó el Valencia a los fenomenales reflejos del portero brasileño, que no le bastaron después, ya en la segunda parte, al borde de la hora de juego, con el derechazo formidable e imparable de Correa desde fuera del área; la mejor respuesta a un partido complejo y a las circunstancias.
Porque el Atlético, concreto arriba en una de sus contadas oportunidades, como reclamaba su técnico, había perdido antes a su otro central titular, Godín, por un golpe de Neto sobre su rostro; porque había readaptado obligado toda su defensa y porque le costaba romper la zaga rival, a la que encaraba con más ambición que fútbol.
No tuvo ni de lo uno ni de lo otro el Valencia en todo el choque, tan conformista con el 0-0 y tan obsesionado con no cometer errores que, cuando las necesidades le obligaron a otra cosa, fue capaz de muy poco, sin una sola parada en todo el partido de Jan Oblak y sin una sola ocasión realmente clara que le hiciera merecedor del 1-1.
Perdió sin exponer casi nada en ataque, fiado todo el choque a anular a su oponente, nunca a derribarle, sin contar con el trallazo de Correa, el gol de la victoria del Atlético, el único de los perseguidores del liderato del Barcelona que aún cree en la Liga; desde lejos, a nueve puntos, pero dos más cerca que hace una semana.
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El Atlético de Madrid no "cree" en nada; a lo máximo que puede aspirar es a la segunda plaza. Hay cosas que son de cajón.