El pase del 2-0 también correspondió al atacante francés, la solución desde el banquillo de un partido áspero para el conjunto madrileño, atascado cuando el encuentro le requirió posesiones largas frente al repliegue de su oponente y eficaz cuando el equipo bilbaíno permitió su contraataque: las dos primeras, dos goles.
Porque el Atlético se encontró ante un partido más que habitual en los últimos tiempos en su estadio. El Athletic Club le entregó la pelota sin matices, como suelen hacer últimamente sus oponentes y como también, salvo unas cuantas excepciones, suele tener más dificultades para profundizar entre la estructura defensiva rival.
No es nada nuevo ya para el conjunto madrileño, que necesita el vértigo, el pensamiento rápido y el espacio para correr, para desbordar más y mejor a sus contrincantes. El Atlético es menos Atlético sin contragolpe y sin velocidad, también, en su defecto, cuando no encuentra entre líneas el fútbol de Antoine Griezmann.
Más aún cuando su oponente tiene tan claro lo que quiere del encuentro, como el Athletic Club, medido al milímetro tácticamente, ajustado al detalle, indudablemente más preparado en el Wanda Metropolitano para limitar daños en su portería -no hubo una sola parada de Kepa en el primer tiempo- que para provocarlos en la otra.
Sin Aritz Aduriz ni Raúl García, con Iñaki Williams como único hombre en punta, con el centro del campo bien armado, alertado por las cinco jornadas consecutivas sin ganar y por las cualidades del Atlético, entendió que su partido estaba ahí, en un duelo largo, con un ritmo cansino, tremendamente cuidadoso con las virtudes locales.
Atrincherado por momentos, sostenido por ese rigor para saber cuándo y cómo debía replegarse o cómo y cuándo debía evitar la superioridad por las bandas, sin más proposición ofensiva que tener la pelota porque le tocaba en ese momento, más que para crear algo inquietante para el hoy casi siempre 'espectador' Jan Oblak, el Athletic contuvo todo el primer tiempo la insistencia del Atlético.
Entre otros asuntos porque al conjunto madrileño le faltó más precisión de tres cuartos para adelante, donde se resuelven los ataques, porque el árbitro González González no observó penalti en el minuto 18 en la maniobra dentro del área de Diego Costa, derribado por Unai Núñez, y porque Giménez envió fuera una ocasión.
Nada más en 51 minutos. Ni tampoco nada ofensivamente del Athletic: apenas un amago de remate de Iñaki Williams, al que se interpuso oportuno Lucas Hernández, de nuevo imponente y titular, como los doce encuentros de 2018. En esa jugada se lesionó, aguantó hasta el descanso y fue reemplazado entonces por Diego Godín.
La primera parada de Kepa Arrizabalaga llegó ya con la segunda parte en juego, con una volea de Diego Costa que atrapó sin excesivos apuros el guardameta; al menos algo en una ofensiva a ratos desordenada, intermitente, que tropezó a menudo con el muro que había edificado el Athletic en su campo e irrompible...
Hasta el minuto 66. Una de las mínimas oportunidades que concedió el equipo bilbaíno para el contraataque del Atlético. Pero ahí no perdona el bloque local: un robo de balón en el medio campo de Saúl Ñíguez, que conectó con Griezmann -aplaudido por el público-, éste con Gameiro y éste con el gol, con un certero tiro cruzado. El 1-0.
¿Tenía plan para remontar el Athletic, tan ajustado para defender todo el encuentro? No. Ni con el 0-0, cuya mejor opción fue un doble regate de Jan Oblak que solventó con inesperada agilidad, ni con el 1-0, sin un solo acercamiento, ni menos con el 2-0 de Diego Costa, que aprovechó el servicio de Gameiro para sentenciar el triunfo del Atlético, que insiste en la Liga, a siete puntos del Barcelona.
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