La primera posición es una quimera para el conjunto madrileño, que no ha marcado ningún tanto en sus tres compromisos más recientes de la máxima competición europea; la segunda está más que en duda, en la pelea que sostiene con el Bayer Leverkusen y el Oporto. Dos victorias contra ellos es la única vía hacia los octavos de final para el grupo de Diego Simeone, que bordea el precipicio. Son sólo cuatro puntos de los doce posibles.
Este miércoles mereció los tres, con una versión mucho más acorde a sí mismo, nada que ver con el decepcionante duelo de hace una semana. No hay ninguna explicación más allá de la actitud, el miedo y la especulación del cambio que experimentó el Atlético del golpetazo ruidoso que se dio hace una semana en el estadio Jan Breydel con su reencuentro de este miércoles contra el Brujas; el mismo rival que lo desfiguró hace ocho días y el mismo adversario al que arrinconó por momentos en la revancha, cuando su mutación puso aún más evidencia el despropósito anterior. No le dio para ganar. Por Mignolet.
Irreconocible, contemplativo, inexpresivo entonces; vertical, potente, agresivo y ambicioso, este miércoles, sobre todo en base a un mecanismo que delata el plan: la presión. Inexistente en Brujas, ni siquiera en el medio del campo, en el Metropolitano fue el poder sobre el que sustentó su dominio, opresivo por tramos, con el que le dio la bienvenida al equipo belga, que es lo que es, por mucho que el Atlético lo hiciera mejor hace una semana.
Ni una sola similitud. Queda la duda de qué habría pasado en el duelo en terreno belga de haber surgido el conjunto rojiblanco con el mismo aspecto que este miércoles. El Atlético fue mejor que sí mismo en los últimos tiempos. Y es mucho mejor que el Brujas, al que, salvo un lapsus inicial, alguna carrera de Tajon Buchanan, el tormento de hace ocho días, lo sobrepasó metro a metro e instante a instante. Lo descubrió con todos sus defectos, con los desajustes defensivos sobre los que insistió el grupo de Diego Simeone, sin tino primero, en la secuencia más amplia y larga de ocasiones que enumeró en el Metropolitano en una primera parte desde hace tiempo, quizá desde que fue campeón, hace dos cursos.
La explicación de la falta contundencia con la que la plantilla y el cuerpo técnico justificaron públicamente su derrota hace una semana fue mucho más acorde al 0-0 de este miércoles que a aquel duelo. Este miércoles, con el empate, el Atlético sí conectó con las ocasiones, pero no con el gol, volcado sobre el campo contrario como no lo hacía desde hace tiempo, consciente del lío en el que se ha metido solo en la Liga de Campeones.
Ni Antoine Griezmann, cuya titularidad es la más indiscutible de todas desde que pactó definitivamente el traspaso desde el Barcelona; ni Correa, su compañero en la delantera (Morata, Joao Félix y Cunha fueron suplentes); ni Lemar, la novedad de la alineación junto a Kondogbia, trasladaron al marcador todo lo que reflejaba el juego, todas las oportunidades que acumuló en la primera parte y más allá y todo lo que sufrió el Brujas, sobrepasado.
Mignolet voló entonces al cabezazo de Griezmann. También le adivinó un tiro raso, cruzado. U observó como un disparo de Lemar u otro de Correa terminaron fuera. O cómo el árbitro, Danny Makkelie, anuló un gol por fuera de juego al activo atacante argentino, cuya conexión con Griezmann desmontó la retaguardia de su oponente unas cuantas veces. En el incio del segundo tiempo, en una acción del francés rematada por él hubo otro gol anulado.
Hay matices, siempre. En este caso fue Lemar y el contragolpe del Brujas. Cada relanzamiento del conjunto belga hacia el ataque, tan esporádicos todo el primer acto, surgieron de las botas del internacional francés del Atlético. Una de una pérdida en medio campo y dos de sendos saques de esquina a las manos de Mignolet; uno de ellos con una salida trepidante de Buchanan, un futbolista cuyo atrevimiento sólo es comparable con su impresionante velocidad, que terminó en un susto tremendo local que subsanó el VAR.
La carrera del extremo canadiense acabó en el suelo dentro del área, a primera vista sin ninguna duda por la acción defensiva de Nahuel Molina. El árbitro ni lo dudó. Señaló penalti de inmediato. Pero, realmente, todo había sido al revés: el derribó del lateral argentino había sido fruto del pisotón anterior de Buchanan sobre él. Lo detectó el VAR, lo confirmó el colegiado en el monitor, entre la apoteosis del público, como si hubiera sido un gol a favor.
Aún antes de la hora de partido se lució de nuevo Mignolet, ante Saúl Ñíguez y ante Griezmann, para retener el 0-0, antes de que la rectificación visitante, con la entrada de Meijer para cubrir el lateral izquierdo, tras las obligaciones defensivas con las que cargó antes a Buchanan en esa demarcación, rebajaran la superioridad del Atlético, inmerso ya en una lucha contra el cronómetro, cada vez más presionado por el inmóvil empate a cero.
En tal panorama, Simeone no recurrió aún a Joao Félix en su primera ronda de cambios: Morata, Carrasco y De Paul -reaparecido y pitado después de la polémica por una imagen suya en una gala de premios cuando tenía permiso del club por un tema familiar grave-. Tampoco en la segunda: apostó por Matheus Cunha. Ni siquiera jugó. El atacante portugués, suplente por cuarto choque consecutivo, ha pasado de la titularidad indiscutible a la aparición testimonial al final de los partidos. Este miércoles fue el 'quinto' delantero.
No entró ni en la ecuación de la sustitución final de Griezmann... Por Witsel. Por entonces, en Simeone ya pesó más el temor a perder, por las transiciones rápidas del Brujas, que la ocasión de ganar, porque el internacional francés parecía el más lúcido de todos de medio campo para adelante, pero en cada contragolpe sufría de forma abrupta, a falta de diez minutos hasta el final, sin contar que Sowah se expulsaría él solo instantes después.
Tampoco le dio para ganar al Atlético, por más que lo intentó, incluso con dos oportunidades finales en las que Mignolet, el héroe del Brujas, despejó con la cabeza el remate a medio metro de Morata o privó a Cunha del gol ganador de forma incréible; el resumen de la frustración del conjunto rojiblanco, sin gol cuando más lo necesitaba, sin certezas cuando más las necesitas, en el alambre a falta de dos jornadas.
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