La mallorquina Mariona Caldentey besa la medalla que la acredita como campeona del mundo de fútbol. | DEAN LEWINS

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Mientras su padre dirigía los partidos, ella jugaba con el balón. Cuando su hermano Miquel iba con sus amigos, ella no solo no desentonaba sino que brillaba entre los chicos. Incluso el seleccionador balear de las categorías inferiores se quedó sorprendido cuando le dijeron que era una niña por «lo bien que jugaba»... Y es que Maria Francesca Caldentey Oliver (Felanitx, Baleares, 19 de marzo de 1996) siempre ha ido un paso por delante. Dotada de una técnica exquisita, de una visión al primer toque excepcional, Mariona se crió en un hogar marcado por el fútbol. «En casa solo se habla de fútbol. A todos nos gusta y mi marido era un apasionado». Maria Morey no puede esconder la emoción cuando habla de Miquel Angel Caldentey Morete, que falleció de forma repentina en noviembre de 2018 con sólo 55 años de edad. Fue impulsor de la peña barcelonista Els Tamarells y el que le inyectó a Mariona su pasión por el fútbol y por los colores azulgrana. «Mi marido hubiera venido aquí el primer día y ya no se hubiese vuelto a España. Se hubiera quedado un mes con ella», apunta Maria, que ha recorrido más de 75.000 kilómetros en poco más de un mes para ver a su hija alcanzar la cima del mundo.

Mariona es una líder silenciosa. Una jugadora acostumbrada a ganar, pero que siempre se ha situado en un segundo plano del escenario. Alejada de los focos mediáticos de otras futbolistas quizás menos virtuosas pero más virales. Su madre siempre la recuerda con el balón. «Con cuatro o cinco años ya estaba en el equipo de fútbol sala del Felanitx», con el que consiguió un título nacional siendo la única niña del equipo en prebenjamines. «Salía del colegio y con su hermano y sus primos cogían un balón y jugaban en medio de la calle. Así creció», señala Maria Oliver.

Alternó el fútbol sala en Manacor con el fútbol en Felanitx y tras destacar en un partido ante el Cide, el conjunto colegial la reclutó. «En el pueblo nos decían si no nos daba pereza ir hasta Palma tres veces a la semana, pero para su padre no fue un sacrificio. Ni mucho menos. Estaba encantado».

Antonio Barea, un histórico como seleccionador balear que ha descubierto a cientos de niños que actualmente están desfilando por la pasarela del fútbol profesional, recuerda su anécdota con Mariona. «Lo fui a ver a un partido con el Cide y pensé que era un niño. Por su aspecto y por cómo se movía, hasta que alguien de la grada me dijo ‘usted se equivoca, es una niña' y me quedé muy sorprendido. A los 11 o 12 años ya la convoqué para la selección balear. Jugaba como central, con una gran salida de balón y una inteligencia extraordinaria para el juego», confiesa Barea. «Yo sabía que iba a llegar lejos porque se le veía. Su padre, que era muy amigo mío, estará muy orgulloso de ella esté donde esté. Siempre la acompañaba a todas partes », recuerda el seleccionador.

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El Collerense la reclutó después de su gran temporada con el infantil del Cide. Allí comenzó a jugar exclusivamente con chicas y su calidad salió a la luz desde el primer día.

Debutó en Primera División con tan solo 15 años y disputó dos temporadas en la liga Iberdrola con el Collerense antes de firmar por el Barcelona y cumplir con el sueño de su padre.

Con 18 años recién cumplidos aterrizó en Can Barça, donde completó sus estudios en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y comenzó a llenar sus vitrinas de títulos. Además de las 5 Ligas, acumula también 4 Copas de la Reina, 3 Supercopas de España y dos Champions League. Además de varios premios individuales como el Trofeo Kubala 2023 tras un golazo conseguido desde el centro del campo.

En el plano personal, Mariona se relaja tocando el piano en casa de su abuela Maria. A sus 88 años, todavía no ha visto a su nieta un partido en Barcelona y «de este año no pasa» recuerda su hija. «Mariona toca de oídas y se relaja, aunque ahora ya hace tiempo que no practica», recuerda.

Felanitx y Porto Colom se han volcado con el éxito de su paisana más ilustre. «Estaría bien que pasara las fiestas del pueblo con nosotros porque hace tiempo que no la tenemos aquí por estas fechas...», apuntaba hace unos días su madre. Con el título de campeona del mundo bajo el brazo, no estaría mal poner la guinda a las fiestas por las mismas calles que recorrió de niña pegando patadas a un balón junto a su hermano.