Lanzó primero Inglaterra. Gol de Palmer. Después Suiza. Paró Pickford el tiro de Akanji. Después anotó Bellingham, con un pena máxima perfecta. Igual que lo hizo Schär justo después. O Saka para el 3-1 para su equipo al ecuador de la tanda. Shaqiri puso el 3-2. Quedaban dos lanzamientos para cada uno. Ivan Toney marcó el siguiente. También Amdouni. Y sentenció Alexander Arnold. Está en semifinales. No es favorito ante nadie.
Otro ejercicio de supervivencia, agonía y temores del equipo británico, que apuntó de nuevo al fiasco, se levantó de repente, subsistió en la prórroga y sonrió, aliviado, eufórico, cuando se sintió en las semifinales de la Eurocopa 2024 con todas las dudas posibles, pero también con todas las aspiraciones, a la espera de su adversario del miércoles en Dortmund.
Pero, realmente, no ha espabilado Inglaterra. Ni siquiera una vez avistado el abismo, observado de frente, cara a cara, el fracaso en los octavos de final ante Eslovaquia, ha despertado el grupo británico de verdad. Alguna vez parece que sí. Porque presiona, juega en campo contrario, interviene Foden en la creación, arranca Jude Bellingham imponente, con una ruleta, un regate, un golpe de zancada, aparece Kane, expone ambición....
Y casi siempre parece que no; en ese ciclo insustancial de juego, prudencia y carencia de identidad por la que ha transitado durante la primera fase y más allá, como si el fútbol fuese simplemente una cuestión de inercia, que de repente aparece como si nada, que no requiere de todos los elementos que se intuyen de Inglaterra, pero no son tangibles.
Están en el ambiente, en la presunción, pero ni se ven ni se tocan. Mucha responsabilidad de Gareth Southgate, sin duda como entrenador, pero también de sus jugadores. Él no tiene la culpa de que Trippier oriente mal un control a la contra. O que Saka sea irreconocible cuando regatea, acomoda el balón o intenta algo más que jugar para atrás en comparación con el Arsenal. Sí que Bellingham apenas entre en juego. O que Kane sea una isla a la que le sobrepasan los balones por arriba. Su único remate del primer tiempo fue un despropósito.
Ni siquiera debió contar como ocasión. No lo fue. No hubo ninguna. Ni para Inglaterra, en el que Mainoo funciona mejor en el medio que Gallagher o Alexander Arnold, ni para Suiza, que tampoco transmitió nada en su puesta en escena. De apariencia atrevida inicialmente, como en otras ocasiones en este torneo, fue precavida realmente, a la espera de acontecimientos mientras el tiempo corría y sus contados ataques rozaban la irrelevancia.
Ni una sola parada de Pickford ni una tampoco de Sommer, entre bostezos en la grada, en todo el primer acto. No cambió su sistema Southgate como se preveía en la víspera, de nuevo con una línea de cuatro atrás, con Walker por la derecha y Trippier por la izquierda, pero con matices: la intervención de Foden en la creación. Prometió al principio, se diluyó después, en cuanto Suiza también comprendió que el atacante ahí es menos incordio.
La afición inglesa invocaba a 'Hey Jude' como a la lluvia en la sequía. A una aparición del futbolista del Real Madrid, quizá con la memoria tan reciente de aquella chilena al límite ante Eslovaquia, que salvó a Inglaterra del naufragio. No de la deriva por la que también siguió su titubeante recorrido por la Eurocopa 2024 este sábado, expuesta ante Suiza.
Porque en cuanto el conjunto helvético se liberó de sus temores del primer tiempo, visto lo visto de Inglaterra, y se propuso dar un paso más descubrió aún más todos los miedos de Inglaterra. Un equipo empequeñecido en torno a su área, expectante, encomendado al contraataque, a una individualidad, se llame Bellingham, Foden o Kane. Su único anhelo.
Mientras intervino Pickford atento, sin una parada de verdad, a la agitación de Embolo en sendas inquietudes dentro del área inglesa, su equipo jugaba sin alma, pero también sin la preparación ni los mecanismos suficientes para tener otro plan que esperar cualquier error, cualquier individualidad, cualquier golpe del destino que lo enviara de pronto a semifinales.
Tentada la suerte tantas veces, su esfuerzo es lo único que está a la altura del nivel de aspirante a la Eurocopa que pone en su cartel desde que aterrizó en Alemania. Los suplentes, además, casi ni cuentan para Southgate, que otra vez rebasó los 70 minutos de tostón absoluto, disfuncional como equipo, sin una sola variante desde el banquillo. Las tiene (Cole Palmer, Eberechi Eze, Ollier Watkins, Jarrod Bowen o Ivan Toney). No las utiliza.
Y, cuando se juega tan al límite, sin nada que ofrecer, pasó lo que le pasó a Inglaterra. Un nuevo ataque de Suiza, uno de tantos otros en el segundo tiempo, terminó adentro del área con el centro de Ndoye, el despeje fallido de Stones y el oportuno remate de Embolo para decirle a Inglaterra y Southgate que su ciclo está agotado. Ya lo estaba desde hace tiempo.
Con el 0-1, inmediatamente después, sí hizo cambios Southgate. Quitó a Trippier, a Mainoo y Konsa, entre la inaudita zozobra de Inglaterra, que, por otro lado, tiene fortuna. Es indiscutible. También calidad. En esa combinación, de pronto, Saka, que lo había hecho casi todo mal en ataque, se sacó un tiro con la izquierda junto al poste de Sommer, que sólo observó el empate, sin respuesta, para forzar una prórroga que, antes, no mereció.
Por fin, allá por el minuto 96, ya en el tiempo extra, Inglaterra provocó una parada de Sommer, con un derechazo desde 30 metros de Rice. Como cuando vislumbró de nuevo su caída, fue un rato el equipo que no soporta perder más que el que se conforma con empatar, rumbo a la tanda de penaltis decisiva, con el susto de un córner directo de Shaqiri al larguero. Y, por fin, venció. Otra vez, al límite.
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Ni España ni Francia ...habrá una tapada que ganará.