El Betis, un equipo sin más contenido que su abnegada disposición a
ganar y sin otro aliciente que el de dejar de escuchar cuanto antes
los pitidos con que le obsequia su equipo en cuanto salta al campo,
se adjudicó merecidamente un partido hueco, tejido a golpe de
patadón y cargado de imprecisiones en el centro del campo. Con
recitales como el del Villamarín, el misterio de que la Liga de las
Estrellas sea el espectáculo más demandado en el país cobra todo su
esplendor.
Y eso que el encuentro contaba con un interesante presupuesto de
salida para confiar en una tarde entretenida. El Mallorca llegaba
al estadio de Lopera con dos sevillanos en sus filas "para colmo
uno bético y otro sevillista", Vázquez iba a disputar su pulso
particular con Griguol (el técnico al que el Mallorca descartó por
demasiado caro) y ambos clubes tenían la ocasión de dirimir sobre
el césped el litigio que arruinó sus relaciones por el caso
Tristán.
Pero Tristán no apareció y el morbo se evaporó entre el abucheo
que recibió el goleador bermellón, ausente los noventa minutos por
culpa del serio trabajo defensivo del equipo bético y por la apatía
de todo el bloque mallorquinista. En cuanto al duelo de pizarras,
Vázquez tampoco estuvo fino ante el maestro de Cúper. El técnico
gallego trató de combatir el abismo en que se convirtió su banda
izquierda, con Miquel Soler y Stankovic lesionados, obsequiando a
David Castedo con sus primeros minutos de temporada. Demasiada
responsabilidad y demasiados metros para un jugador que ha visto el
devenir de la liga desde la grada. David hizo lo que pudo y lo que
pudo lo hizo bien, pero cuando todo un equipo es incapaz de pasar
de su campo queda muy poco margen para la esperanza. El Mallorca no
tiró a puerta en toda la primera parte y con claras opciones de
gol, en todo el partido. El Betis, por contra, comenzó adueñándose
de su territorio y tras el descanso comenzó una lenta pero
implacable invasión del de su rival. Y así llegó el gol. Una bonita
y elaborada acción entre Karhan y Alfonso acabó con el balón en los
pies de Finidi, que batió a Leo Franco de un disparo ajustado al
palo. Ahí murió un Mallorca que nunca creyó en sus posibilidades de
subsistencia.
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