Después de dos primeras jornadas aciagas, el judo español volvió
a instalarse en la élite mundial, gracias a la bravura y al
carácter competitivo de Isabel Fernández, que en la pelea decisiva
mostró una impresionante combatividad, neutralizó un casi seguro
ippon de su adversaria y finalmente se anotó un waza-ari que valía
el oro.
Su nervio para la competición lo descubrió el entrenador
Romualdo Couzo cuando Isabel era una niña de apenas metro y medio
en el colegio Antonio Machado de Torrellano, localidad cercana a
Alicante, pero que era capaz de voltear a niños mucho más grandes
que ella. Aún en la categoría júnior, Isabel logró su primer
triunfo internacional al ser bronce en un campeonato de Europa. A
partir de entonces su carrera ha estado jalonada de éxitos entre
los que destacan el bronce olímpico en Atlanta, el oro en los
Mundiales de 1997 en París y la plata en el pasado Mundial de
Birmingham 99, donde sucumbió a manos de la cubana González.
Casada con su entrenador, Javier Alonso, y sin hijos "«ya tendré
tiempo de tenerlos cuando me retire, aunque eso está aún muy
lejos»", Isabel Fernández acaba de escribir en el tatami del
Exhibition Centre de Sydney una de las páginas más brillantes del
judo español.
El camino hasta el podio fue muy difícil para la judoca de 28
años, que tuvo que derribar antes a cuatro contrincantes. La más
complicada fue la australiana Maria Pekli, en semifinales, que
además de contar con todo el favor del público también se benefició
de la benevolencia de los jueces, que no puntuaron ninguno de los
marcajes claros de la española. Al final, los tres jueces
reconocieron la evidente superioridad de Isabel Fernández y de
forma unánime le concedieron la victoria.
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