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JOSÉ ANTONIO DIEGO - SYDNEY
Marion Jones y Maurice Greene, la pareja más rápida del planeta en los dos últimos años, consiguieron, en Sydney sus primeros laureles olímpicos y devolvieron a Estados Unidos la supremacía absoluta de la velocidad mundial que había perdido en los Juegos de Barcelona '92.

Jones tenía tantas ganas de colgarse su primer oro olímpico, el primero de cinco posibles en Sydney, que puso el motor de sus piernas a toda máquina y llegó a la meta en 10.75 segundos, 37 centésimas antes que la segunda clasificada, la griega Katerini Thanou (11.12). La jamaicana Tanya Lawrence impidió, por una sola centésima, que su compatriota Merlene Ottey, de 40 años, se colgara la medalla de bronce en su despedida olímpica, y Bahamas, que había metido a sus tres representantes en la final, copó los últimos puestos.

Maurice Greene tuvo una carrera tan plácida como Marion Jones. Después de pasarse varias veces su lengua de bóvido por los labios, Greene embistió al aire por la calle cinco, se irguió a los 20 metros y se olvidó de sus rivales. Venció en 9.87 segundos. La carrera careció de la emoción de los viejos duelos entre Ben Johnson y Carl Lewis. Greene, que perdió dos veces a principios de temporada, se encuentra desde hace meses en un estrato superior al de sus rivales. La felicidad de Greene, que lanzó sus zapatillas a la grada, fue completa. Su amigo del alma Ato Boldon llegó segundo, doce centésimas después que él, a la meta. Los dos se fundieron en un abrazo a tres con su común entrenador, John Smith, y dieron rienda suelta a las lágrimas durante varios minutos.

Michael Johnson gastó su segundo par de zapatillas de oro en la segunda ronda de 400 metros. El texano se paseó, mirando a un lado y a otro, en la recta de meta antes de vencer en 45.31 sin el menor esfuerzo y, contra lo que dijo hace días, lanzó sus zapatillas a los espectadores que se las reclamaban.