El Parque Olímpico de la ciudad australiana enmudece ante el
repentino vacío del final de los Juegos. Las fugaces luces que
iluminaron el cielo de la noche de Sydney certificaron el adiós a
un enorme acontecimiento que encontró en Australia una inusitada
gratitud.
Cuando el presidente del Comité Paralímpico Internacional,
Robert Seadward, anunció que los Juegos de la ciudad australiana
«habían sido los mejores Juegos de la Historia» los cien mil
espectadores que abarrotaban las gradas del Estadio Olímpico se
sintieron reconfortados y expulsaron desde sus localidades un
eterno clamor de euforia.
La gran fiesta de clausura trasladó a la historia la undécima
edición de los Juegos Paralímpicos. El acto aunó los ingredientes
habituales en este tipo de fiestas: colorido, música y fuegos
artificiales. Un magnífico espectáculo para los cerca de cien mil
espectadores que acudieron al Estadio Olímpico para despedir a los
huéspedes a los que tanto han aclamado durante casi dos
semanas.
El acto conjugó en el inicio elementos recordatorios del cierre
de los Juegos Olímpicos con otros de la apertura paralímpica. Entre
danzas y música la escenografía transmitió el esfuerzo de los
habitantes de Sydney.
Los atletas irrumpieron en el escenario representando un
carnaval. Antes, representantes de todos los países portaron la
bandera de cada participante. El nadador Xavi Torres, ocho medallas
paralímpicas, desfiló con la española.
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