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Quizá se lo cuente ahora en el cielo, donde seguro estarán los dos. El caso es que en la única vez que Emil Zatopek vino a Mallorca, acompañado de su esposa y hoy viuda, Dana Zatopkova, en mayo de 1993, prestó mucha atención a una pregunta que le formuló en el aeropuerto de Sont San Joan el llorado compañero (y amigo) Marc Verger. «¿Qué lleva usted en el cuerpo que le da esta fuerza?». «Vino, amigo mío, mucho vino», contestó el hombre que ha esperado hasta el final del siglo XX para despedirse de todos los aficionados al atletismo con la aureola del mejor fondista de todos los tiempos. No fue una respuesta gratuita esta pronunciada nada más poner pie en nuestra tierra, porque horas después, encerrados en su habitación del hotel Palas Atenea, Dana y él se bebieron de una sentada las dos botellas de Palo Túnel, y las dos de vino de Can Ribas, que les había dejado Tolo Güell. Esta pasión por el vino posiblemente ha acabado por precipitar su muerte. Los mitos también mueren.

En estos momentos de dolor me imagino a la buena de Dana Zatopkova, hoy viuda, extraña en su propia casa. Una mansión en la parte alta de Praga, cuyo jardín es colindante con el del Embajador de Estados Unidos en Chequia, y que Emil y Dana han compartido muchos años en solitario. Sin hijos, pero con la adoración de todos los checos. Como dijo Alexander Dubcek, «Emil y Dana son los padres que hubiéramos deseado». Después vino la llamada «primavera de Praga» y la entrada de los tanques soviéticos en la ciudad, en 1968, que hizo que Zatopek cayera en desgracia: fue degradado como militar (era coronel) y castigado a ganarse la vida como barrendero.

«El barrendero con la mejor casa de la ciudad», ironizaban los acólitos del régimen comunista implantado a la fuerza. Los mismos que cuando le levantaron el castigo de barrendero le impusieron otro peor: el de censor. Hasta que alguien debió pensar que es más práctico tener al mito olímpico en un escaparate que de barrendero o censor y le dejaron en paz. Sólo con sus recuerdos y con Dana, la fiel compañera a la que conoció en la Olimpiada de Helsinki en 1952 y con la que se casó el mismo año en Koprivnice, el pequeño pueblo de la región de Moravia donde Emil Zatopek había venido al mundo el 19 de septiembre de 1922. En los Juegos de Helsinki Emil se convirtió en el único mortal en ganar la medalla de oro en las tres pruebas de fondo: 5000, 10000 y maratón.