Más de medio centenenar de barcos de época y clásicos participaron
ayer en la tradicional Gran Parada, que representa el colofón de
las cuatro regatas que configuran el XVII Trofeo Almirante Conde de
Barcelona-III Copa Don Juan de Borbón. La salida del puerto tuvo
lugar al mediodía, para concentrarse la flota en el punto habitual
de salida en las jornadas de competición.
Desde allí y en rigurosa fila encabezada por el Rosendo y
guardando un espacio de cuatro esloras, los barcos asistentes
desfilaron de vuelta encontrada ante el dragaminas Genil de la
Armada española, en una ceremonia presidida por la infanta doña
Pilar de Borbón y a la que asistieron el almirante Fernando Tur
Pérez-Prado, el jefe del Sector Naval, Tomás Mendizábal; el
comandante general de Balears, Tomás Formentín, y el coronel jefe
del Sector Aéreo, Cristóbal Sbert, entre otras autoridades, junto
al organizador del trofeo, Josep Bono. Frente al costado de
estribor del buque de guerra, los participantes, uno por uno
saludaron a las autoridades, en fórmulas que fueron desde la
tradicional salutación con las gorras marineras al saludo marcial
de los oficiales italianos o los aplausos de un velero alemán.
Todo un acontecimiento náutico de excepción patrocinado por la
Fundación Hispania, que premia no sólo el concepto deportivo de la
velocidad, sino también el aspecto estético de conservación,
restauración y ambientación. Una circunstacia que, en ocasiones
hace difícil establecer el veredicto y contentar a todos los
participantes. Como ocurrió ayer con el armador del Samurai, Luigi
Pavese, con un reconocido palmarés internacional y quien manifestó
su más abierta disconformidad con el fallo del jurado.
El Trofeo Almirante Conde de Barcelona surgió con el objetivo de
recuperar los barcos amarrados en calas, puertos o varados en la
arena, en estado de semi abandono e incluso aguardando el triste
instante de su hundimiento provocado o el desguace. Hasta entonces,
en España no existía protección para estos barcos, auténticas
piezas únicas e irrepetibles y que constituyen el patrimonio naval.
Hasta el punto de que la mayor parte de la flota de antaño terminó
vendida a armadores extranjeros o desarmada.
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