Los jugadores del Mallorca, durante la sesión de entrenamiento que realizó ayer el equipo en Son Bibiloni. Foto: PERE BOTA

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Albert Orfila / Fernando Fernández Alcanzado el punto cero en El Sadar "jugar peor es imposible", el Mallorca ha desatado un debate inmenso. Demasiadas cosas están bajo sospecha, fundamentalmente porque el estado de crisis es permanente y la pregunta empieza a ser siempre la misma: ¿Hacia dónde va este equipo?. Agotado el catálogo de excusas, la lógica más pura deja claro que el grupo balear debe replantearse muchas cosas y recuperar sus señas de identidad.

Si al despedido Bernd Krauss se le ha acusado directamente de desnaturalizar a un equipo que había forjado un legado fantástico, Sergio Kresic parece tener claro que su principal objetivo pasa por recuperar el orden perdido y montar de nuevo el andamiaje. El principal problema es que empezar de nuevo cuesta horrores.

De Las Palmas a Osasuna sólo van nueve jornadas, pero también han ocurrido demasiadas cosas. La Liga de Campeones se ha quedado por el camino y el Mallorca ha adquirido un aspecto irreconocible. Y eso es la peor noticia que podía recibir un equipo que desde hace cuatro años mantiene su esqueleto prácticamente intacto. Nadie se parece a quien era.

Metido en arenas movedizas desde que se abrió el curso, el club decidió en su momento recurrir a Sergio Kresic para provocar una reacción inmediata. Si el equipo tomó aire ante el Rayo Vallecano, Londrés y Atlético Osasuna se han encargado de trasladar de nuevo al Mallorca a un escenario tétrico. La clasificación le delata como el decimoctavo, pero es poco probable que algún equipo ofrezca un repertorio tan pobre como el que ofreció el cuadro balear en Pamplona.

Sergio Kresic es un tipo que no necesita demasiadas presentaciones. Desde que llegó a España se ha granjeado fama de entrenador duro, de esos que no tienen problemas para poner a los futbolistas a raya, aunque ante situaciones de este tamaño, hasta los entrenadores suelen andar confusos.