Los jugadores del Panathinaikos, durante el entrenamiento oficial realizado ayer en Son Moix. Foto: TOMAS MONSERRAT

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El Real Mallorca despertará esta noche del sueño de la Champions. La despedida del conjunto rojillo de la más importante competición continental de clubes se debe, más a los errores made in Son Moix, que al acierto de los rivales.

Hoy concluye una aventura que tuvo un inicio ilusionante pero cuyo final se ha convertido en el más absoluto de los dramas. Perder en Highbury, sin tener en cuenta que con el dos a uno todavía había posibilidades de acceder a la segunda fase, ha supuesto un mazazo moral para el grupo además de dejar en entredicho la organización interna de una entidad que no supo valorar en Londres que encajar un tercer gol sería fatal e irreversible.

Ahora sólo queda el compadecerse y pensar en abordar el premio de consolación que, en este caso, es el acabar en tercera posición de grupo para acceder de rebote a la Copa de la UEFA. Poco premio para quien, como el Mallorca, ha degustado las mieles del fútbol espectáculo. Para asegurarse la tercera plaza los de Kresic tienen que ganar o empatar ante el Panathinaikos. Una derrota, acompañada por una posible victoria del Schalke ante el Arsenal, supondría la eliminación del cuadro balear.

En el plano puramente deportivo Kresic acumula hasta siete bajas. Para el encuentro de esta noche no dispone de Leo Franco, Engonga, Ibagaza, Vicente, Díaz, Siviero y Roa. Demasiadas ausencias para un equipo que a la mínima que algo falla se desmorona como un simple castillo de naipes. Miki se situará bajo los tres palos, Julián Robles hará las funciones de Engonga y en la delantera buscará de nuevo acomodo Samuel Eto'o, después de ausentarse en Hihgbury al estar sancionado. Nadie piensa ni en perder ni en no clasificarse para la UEFA. Sin embargo, el equipo deberá volver a encontrar su identidad si desea recibir de la grada el apoyo de una afición que convive con la duda.