Una veintena de chicos manteando un balón repleto de estrellas y la
música de la megafonía delataban que en Son Moix se jugaba un
partido de Liga de Campeones, pero en el estadio palmesano no se
vivía este ambiente. La asencia de Antonio Asensio Mosbah en el
palco, la pobre entrada registrada y la desilusión de la grada
sabedora de que el periplo en la máxima competición europea había
finalizado fuera cual fuese el resultado equiparaban el
enfrentamiento con el Panathinaikos a un Mallorca-Rayo Vallecano
cualquiera.
La despedida del Mallorca de la Champions League fue fría. Al
aficionado no le basta disputar un partido de la mejor competición
europea y jugarse el pasaporte para la Copa de la UEFA para
desplazarse a Son Moix. La memoria del seguidor de fútbol es
caprichosa. Nadie recuerda la trayectoria del grupo bermellón en
los primeros ochenta años de historia.
El aficionado que ayer acudió a Son Moix no quería sufrir. Sabía
que el punto que le otorgaba el resultado inicial era suficiente
para mantenerse en Europa, pero no confiaban en las aproximaciones
de Vlaovic, especialmente porque las ondas advertían que el Schalke
04 ganaba al Arsenal y un gol del Panathinaikos podía resultar
letal.
La grada permaneció una hora dormida. Sergio Kresic apostó por
nutrir su línea defensiva y el juego resultaba tedioso. Los
seguidores debatían sobre el riesgo de la táctica conservadora,
cuando Samuel Eto'o supo romper la línea defensiva visitante y
asistió para que Biagini marcara. El seguidor expresaba su
alivio.
El guión no varió en la última media hora. El Mallorca durmió el
partido y al Panathinaikos no le preocupaba la derrota.
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