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Xisco Cruz LIBEREC Liberec es la ciudad de las montañas de vidrio. Incrustada entre los imponentes montes Krkonose, la pequeña urbe de apenas 100.000 habitantes pasa por ser la principal referencia en la región de la Bohemia del Norte. Oscura, fría y nostálgica, Liberec vive entre la vegetación de coníferas y la inevitable explotación de yacimientos de carbón, pese a que olvida el turismo. Desde que la República Checa abrió los ojos, allá por enero de 1993, la ciudad que hoy le abre los brazos al Mallorca es uno de los enclaves más visitados por turistas austríacos y alemanes, amantes del esquí de fondo. Sus estaciones invernales son majestuosas, algo que contrasta en modernidad con los viejos tranvías que cruzan la ciudad de norte a sur y de este a oeste.

Pero la gran industria es la del vidrio. El cristal de Bohemia llena escaparates, hoteles, casa particulares y enclaves públicos. La transparencia de las figuras choca con la opacidad de Liberec, siempre bajo la perpetua amenaza de la lluvia y el termómetro. Sólo la siderurgia ayuda a equilibrar la entrada de coronas "moneda oficial checa" en una ciudad en la que sólo se respira tristeza y melancolía. Con una tasa de crecimiento casi nula, Liberec trata de cambiar el signo de un país que rezuma mocedad política pero que mantiene un buen manojo de recuerdos. Edificios públicos, iglesias, hoteles y casas particulares destilan un inequívoco signo histórico, magnificados por unos montes que están modelados por una glaciación cuarternaria. Atravesar el corazón de Liberec supone subir y bajar, beber cerveza y comprar cerámica. Subirse a un tranvía o montarse en un taxi "Skoda, por supuesto" tan escaso como prescindible. Las distancias apenas tiene valor, pero el intenso frío obliga, casi siempre, a refugiarse en algún medio de locomoción. Los habitantes de Liberec se han acostumbrado a sobrevivir a los cerca de siete grados bajo cero que se registran en pleno noviembre, azotados por un intenso frío polar que llega del norte.