Justo cuando su credibilidad se encontraba en entredicho y se
esbozaba la apertura de uno de esos absurdos debates, Albert Luque
ha destapado su mejor fútbol. Primero aguijoneó al Deportivo y
después se burló de Cañizares inventando uno de esos goles que
merecen un buen espacio en el archivo de la Liga. El delantero
catalán ha recuperado su mejor versión en pleno proceso de
oxigenación y el Real Mallorca es quien ha salido mejor parado. Si
ante dos retos de enjundia "Deportivo A Coruña y Valencia" el grupo
de Kresic ha ofrecido sus mejores prestaciones, Luque ha asumido un
papel estelar en todo este asunto.
Albert Luque responde a esa clase de futbolistas que amalgaman
dosis industriales de talento, pero que en un momento u otro acaban
siendo discutidos. De esos que provocan una especie de divorcio
colectivo que suele encenderse con violencia y apagarse entre
aplausos, curiosamente en el mismo escenario donde se había
generado el incendio. Como le ocurrió a Diego Tristán, ahora ídolo
de Riazor, el atacante balear ha escuchado como su propia hinchada
le juzgaba y sentenciaba con extrema dureza.
Por una simple cuestión de milímetros, Albert Luque pasea otra
vez con el traje de héroe. En Mestalla buscó la solución más
difícil para resolver el servicio de Veljko Paunovic. Otro jugador
hubiera disparado a quemarropa; otro se hubiera planteado un
control mucho más sencillo para regatear al portero y disfrutar de
toda la portería. Pero Luque no viaja en segunda clase. Escogió el
camino más corto pero también el más laborioso. Sólo un jugador que
se siente muy seguro es capaz de retar al portero con la mirada y
después tirarle una vaselina con suavidad. Fue todo un ejercicio de
alto riesgo, quizás una enorme imprudencia para un jugador bajo
sospecha y al que la tesitura le exige calcular al máximo todos sus
movimientos, pero también la mejor forma de reivindicar algunas
cosas y aclarar otras.
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