Por Kubala lloran los aficionados, pero los amigos tenemos el
corazón roto. A mi particularmente es como si se me hubiera ido un
hermano mayor, tal era la amistad que llegó a unirme con este
húngaro universal. Comencé a tratarle cuando accedió al cargo de
seleccionador nacional de fútbol e hice multitud de viajes con
él.
Alguno de esos viajes marcaría nuestras vidas para siempre, como
aquél en que yendo a un partido Grecia-Yugoslavia en Atenas nos
sorprendió en la escala de Roma un atentado fedayín a un avión de
la Pan Am, con el resultado de ochenta muertos. O aquél otro a
Belfast para un Irlanda del Norte-URSS cuando las luchas religiosas
estaban en su punto álgido. O aquél a Split para un
Yugoslavia-Austria en el que Miljan Miljanic nos tendió el cebo de
dos mujeres de postín.
Pero ningún viaje como el que hice a su pasado. Lazsi tenía
pánico a viajar a Hungria. Siempre lo tuvo, incluso cuando el
fútbol le llevó una vez a Budapest con la selección española.
Entonces apenas salió del hotel, en la isla Margarita, enmedio del
rio Danubio, equidistante tanto del barrio de Pest, donde vino al
mundo el 10 de junio de 1927, como del de Buda, donde vive su gran
amigo Ferenc Puskas. El hotel era como tierra de nadie.
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