Era un mundial para sprinters y la lógica se cumplió, aunque un
percance impidió a otros velocistas, entre ellos a Óscar Freire,
intentar luchar en igualdad de condiciones por el maillot «arco
iris» que va a lucir Cipollini. Freire, que había salvado el corte,
acto seguido alguien o algo se le metió en los radios de su rueda
delantera rompiendo tres de ellos.
Mario Cipollini, que toma el relevo de Óscar Freire, habitual en
los tres mundiales anteriores en el podio para recoger dos medallas
de oro y una de bronce, invirtió en los 256 kilómetros, 5 horas, 30
minutos y 3 segundos, lo que significa una velocidad media de
46'538 kilómetros por hora. Tras él, el australiano Robbie McEwen y
el alemán Erik Zabel, plata y bronce, respectivamente.
Fueron 20 vueltas a un circuito de 12'8 kilómetros, con 201
corredores en la partida repartidos en 39 países, prueba que
resultó rápida, pero más sosa de lo esperado, pues dio la
impresión, por aquello de que en el trazado está el itinerario del
circuito de Zolder, de que fue una especie de carrera de fórmula
uno donde al que coge la posición es muy difícil arrebatársela.
La carrera comenzó rápida, pero con menos nervios que en otras
ocasiones. No se registraron los ataques iniciales de corredores
desconocidos que suelen acaparar el protagonismo que fue para el
francés Durand, un buen rodador y que daba la impresión de que su
selección quería tensar la carrera desde el principio.
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