Cuando la próxima temporada el circuito femenino alce el telón, el
nombre de Arantxa Sánchez Vicario, la mejor tenista española de
todos los tiempos, ya no aparecerá en la lista de inscritos de
ninguno de sus torneos. Arantxa Sánchez Vicario ha decidido poner
fin a diecisiete temporadas de carrera profesional "más de media
vida", cansada de viajes, entrenamientos, concentraciones y la
presión de la alta competición.
A sus casi 31 años, la falta de motivación, la lesiones y su
caída en picado en la clasificación de la WTA "ha cerrado el 2002
en el puesto 54, el peor desde 1987" han precipitado su retirada.
Atrás, deja cien títulos de la WTA: 29 individuales (cuatro Grand
Slams) 67 de dobles (seis Grand Slams) y cuatro de dobles mixtos
(todos Grand Slams), además de haber conquistado cinco Copas
Federación, dos Copas Hopman, cuatro medallas (dos de plata y dos
de bronce) en cuatro Juegos Olímpicos consecutivos y el premio
Príncipe de Asturias del Deporte en 1998.
Arantxa, la única tenista española que ha logrado ser número uno
del mundo (1995) y el único deportista español, hombre o mujer, que
se ha colgado cuatro medallas olímpicas, no sólo deja un
impresionante palmarés. Su retirada confirma el vacío de nuestro
tenis femenino, que no ha sabido o no ha podido encontrar una
relevo para ella ni para Conchita Martínez, su pareja de éxitos
olímpicos y de Copa Federación y quien también afronta la recta
final de su carrera.
La pequeña tenista barcelonesa irrumpió en el circuito en junio
de 1985. Con tan sólo dieciséis años y empeñada en seguir la estela
de sus hermanos, Javier y Emilio Sánchez Vicario, Arantxa pronto
dejó de ser conocida por su vinculación familiar para ganarse, por
derecho propio, el respeto de las grandes campeonas. La primera de
ellas, la alemana Steffi Graf, a quien venció en la final de Roland
Garros en 1989, en el que sería su primer Grand Slam y el título
que le colocaría entra las diez primeras del mundo por primera vez
en su carrera.
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