El ciclismo mallorquín ha protagonizado momentos de antología en la
Vuelta a España, pero el podio parece una asignatura pendiente. Hay
que remontarse hasta la edición de 1976 para ver cruzar la meta a
un corredor de la Isla con los brazos en alto. Y lo hizo en una
etapa especial, la undécima, con salida en Cambrils y llegada en
Barcelona, con las duras rampas de Montjuïc como testigos de la
proeza de Toni Vallori.
El corredor natural de Caimari ha sido el último en inscribir su
nombre en el libro de honor de una de las grandes. Profesional
entre los años 1974 y 1977, Vallori militó en conjuntos de la talla
de La Casera, Súper Ser o Novostil-Transmallorca, con el que logró
su victoria de etapa en la Vuelta en una lluviosa jornada. Su
retirada por una lesión de rodilla dejó como herencia para el
ciclismo mallorquín otras gestas de calibre, como la general de la
Vuelta a Cantabria'74, un séptimo puesto en el Gran Premio de
Mónaco o una participación en el Tour de Francia del año 1974. Como
amateur brilló con luz propia obteniendo el campeonato de España de
persecución por equipos o el título de Balears de ruta.
Su estreno en la prueba que le consagró fue espectacular y le
llevó a conocer muy de cerca en un corto espacio de tiempo al
malogrado Luis Ocaña. Pruebas como la Dauphiné Libère, Midi Libre o
la Vuelta a Suiza han sido testigo de la presencia de Vallori, que
en su debut en la Vuelta logró el 12º lugar en la general. La
crónica del último triunfo de etapa mallorquín en la gran ronda
española está plagada de esas pequeñas historias que hacen del
ciclismo un deporte en el que el corazón es básico para conseguir
esquivar todos los obstáculos que se presentan en la dura vida de
los profesionales. En la etapa anterior, Vallori se quedó cortado y
perdió bastante tiempo, por lo que decidió guardar fuerzas para
afrontar lo que restaba de Vuelta. «Cuando llegué a mi habitación,
le dije a mi compañero que camino de Barcelona iba a atacar. Al
acabar de cenar, le comenté al mecánico del equipo que me pusiera
un piñón de veintidós dientes, por si salían bien las cosas»,
comenta Vallori, que dio el zarpazo definitivo «en el último
control de avituallamiento. Yo salí con los bolsillos llenos y
aproveché para marcharme», relata. «Cuando me dí cuenta, la pizarra
me marcaba cuatro minutos, y eso que no iba a tope. Al entrar en
Barcelona, me vacié. Pero faltando pocos kilómetros, un paso a
nivel frenó la carrera. Yo lo pasé, pero me obligaron a parar para
esperar al pelotón. Mi director, Rafa Carrasco, se puso nervioso.
Llovía mucho y cuando volví a pedalear, me entregué», comenta.
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