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La mano de Luis empieza a notarse. En su regreso a la Isla y justo antes de asumir las riendas del vestuario, el técnico madrileño reclamó un plazo de tiempo para que el equipo se empapase de su filosofía y empezase a adoptar sus características. A mitad de ese camino, sus efectos ya son evidentes. El césped de Riazor acogió el resurgimiento de un conjunto hasta entonces encallado que sacudió los cimientos del estadio herculino en los noventa minutos más serios del campeonato.

Aragonés dispuso sobre el tapete un once sin demasiadas novedades pero con algunas variaciones tácticas importantes. Presentó un 4-2-3-1 en el que destacaba principalmente la solitaria presencia de Fernando Correa en ataque en sustitución del holandés Arnold Bruggink. El entrenador quiso fijar al equipo de un extremo a otro y mantuvo las bases de la defensa con dos excepciones: instaló nuevamente a Olaizola en la izquierda y devolvió a Cortés a su hábitat natural. El vasco tuvo que contener los arreones de Víctor y careció de profundidad en una posición en la que se sigue sintiendo extraño, pero el extremeño supo llevar el peso del ataque y se plantó en el campo contrario con relativa frecuencia. La ausencia de Poli -cuya lesión podría apartarle del equipo un par de semanas más- y la escasez de efectivos en una posición especialmente despoblada, obligarán al técnico a seguir forzando esa plaza para acumular cierta garantía de éxito. La actuación del equipo en las tareas defensivas mejoró considerablemente, ya que el grupo balear volvió a saldar un encuentro con la portería a cero, algo que no conseguía desde la segunda jornada de Liga cuando se impuso en Son Moix al Zaragoza (2-0).